La degradación social en Cuba está por todas partes. Son pocos los que escapan del flagelo. Quienes han podido evitar el embarre total tienen que lidiar a diario con las salpicaduras. Prácticamente casi no existen espacios que den cobija a la educación formal y a los valores éticos y morales.
A casi seis décadas de revolución, la ley de la selva sigue siendo la norma que gana cada día más adeptos de todas las edades, razas, niveles de instrucción, género y lugar de residencia.
La vulgaridad y el desparpajo tienen plaza fija en el socialismo cuartelero que nos impusieron a punta de pistola y envuelto en promesas que parecían legítimas.
Como se ha visto por estos días en el internet, el desenfreno va cuesta arriba.
El reciente apareamiento en el transitado boulevard capitalino de la calle San Rafael, a plena luz del día, es un ejemplo palmario del derrumbe de los paradigmas sociológicos que supuestamente elevarían a un pedestal el modelo político cubano.
La famosa cópula rodeada de espectadores eufóricos que filmaron la escena hasta su fin, refleja los niveles de enajenación en su indetenible avance hacia el caos.
Esto tiene que verse como parte de un proceso de decadencia, cuyos efectos perdurarán más allá de quienes lo generaron desde el poder con el infausto propósito de querer construir una sociedad modélica por medio de la improvisación y el uso de la violencia en todas las formas posibles.
Precisamente el hecho citado fue una manera de violentar las normas de convivencia como sucede en los barrios y ciudades del país mediante manifestaciones no tan espectaculares, pero que desmienten el discurso mediático que ensalza supuestos logros en este ámbito.
Esa multiplicación de posturas incivilizadas que van de la conversación a gritos y con palabrotas impronunciables, el vertimiento de basuras en las esquinas, la rotura intencional de teléfonos públicos y el uso de la fuerza bruta para dirimir un problema menor con el vecino, son una extensión de lo aprendido en las escuelas, los hogares y también a partir de la retórica incendiaria que se promociona en las tribunas en aras de garantizar la unanimidad en torno a las doctrinas del partido.
Los actos de repudio contra los activistas de la oposición pacífica y de la sociedad civil independiente que se practican semana tras semana son otros de los arquetipos que no podían faltar cuando se aborda este asunto.
Allí, los agresores que el gobierno convoca tienen licencia para descargar todos los insultos que consideren pertinentes, con escupitajos y toletazos incluidos.
Por eso reciben elogios a montones y otros estímulos para que sean más brutales y groseros en sus acometidas.
En fin que nada se puede hacer para ponerle coto a una situación, cuya gravedad no debería menospreciarse.
La elite verde olivo votó por la continuidad del modelo en el VII Congreso del partido.
En pie quedaron las mismas políticas que garantizan la desfachatez y el desorden.