Martes , 27 Junio 2017
Cuba, permiso para cantar

Cuba, permiso para cantar

Que se peleen los músicos

La dictadura cubana, que durante mas de medio siglo ha controlado con rigor militar las salidas al exterior de los artistas, administra, con la misma vocación de cabo de guardia, la autorización de los regresos y diseña el modelo de las visitas que pueden realizar a su país natal quienes decidieron vivir lejos del comunismo.

Los expertos en tánganas sociales, los maestros de la fragmentación y el desapego le han pasado a la vanidad, a la nostalgia y a otros complicados asuntos humanos la polémica sobre sí un artista que se vio obligado a abandonar su país por la intolerancia, la persecución y la violencia del régimen, debe ir a trabajar en un escenario para su publico natural.

Ése es el tema que enfrenta en estos días al compositor y cantante Pancho Céspedes, que vive hace mas de 20 años en Cancún, México, y al legendario saxofonista Paquito D’Rivera, que se quedó en España en 1981 y reside exiliado en Estados Unidos.

Céspedes fue invitado a La Habana por el guitarrista Leo Brouwer para que actúe a finales de este mes en un concierto de música de cámara y el autor de La vida loca declaró enseguida que se siente muy halagado y que volverá a cantar en Cuba tras 24 años de ausencia.

El cantante y compositor, que ha recibido con anterioridad permisos para visitar su país en viajes privados, opina que ahora se producen cambios positivos que le «dan opción a la gente para resolver sus problemas».

La noticia de la próxima actuación del popular artista en territorio cubano produjo una reacción inmediata de su compatriota D’Rivera. El famoso jazzista escribió una nota que empezó con timbre de humor porque dijo que convidar a Céspedes a un concierto de musica de cámara «suena tan absurdo como llevar a Brouwer a una feria de cumbias a Manizales».

El clarinetista cambió el tono. Afirmó que el episodio de la invitación está disfrazado de «un apoliticismo falso e hipócrita; Leo, Pancho –y todos– saben que cada artista nacional o foráneo de mas o menos prestigio que se presente en la arruinada isla [sabe que] su imagen será siempre usada para dar credibilidad al decrepito régimen castrista».

D’Rivera escribió que Brouwer padece de un agudo narcisismo profesoral y tiene un afán eterno por congraciarse con los jerarcas del régimen.

En el comentario del saxofonista se reconoce el derecho del cantante a opinar sobre la realidad cubana y los supuestos beneficios de las pequeñas aperturas que ha hecho el Gobierno. «Parece que para Céspedes», explica D’Rivera, «vender tu propio ascomovil, rentar a extranjeros un cuartucho de tu propia casa, poner una fonda que sirva lo que el Estado te permita o abrir un timbiriche para rellenar fosforeras irrellenables o matar piojos a domicilio es un símbolo inequívoco de progreso económico. Gracias, Raúl, debió haber añadido».

A pesar de que hace más de 20 años que salió de Cuba, recuerda D’Rivera, Céspedes es un producto de aquella «bazofia ideológica» y, por eso, no puede comprender que cada teatro, hotel o restaurante que visite ha sido una propiedad robada a sus legítimos dueños y sus familias sin ningún tipo de retribución.

Los funcionarios de la dictadura, que asistirán con aires de inocencia al concierto de Céspedes, son testigos silenciosos y felices del encontronazo entre artistas. Ellos sólo tienen que decidir a quiénes dejan cantar en Cuba y en qué momento. Y mantener actualizadas las listas negras de los que no pueden decir dentro de su país ni una palabra.


 

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