La calle Obispo es una de las más populosas e históricas de la Habana Vieja, se extiende desde la librería La Moderna Poesía hasta la Plaza de Armas. Para algunos es uno de los itinerarios más pintorescos y llenos de peripecias de la ciudad donde según los más, se reúnen sus asombros y también sus miserias humanas.
Está muy abordada por la literatura cubana de los últimos años. Piénsese en los personajes nebulosos y demoníacos de Alberto Garrandes o David Mitrani. Afirma Grandes que la calle Obispo tiene el encanto y el prestigio del lugar venido a menos, que hace pensar en aquel verso de Góngora convertido en refrán por nuestros abuelos: “Ayer maravilla fui y hoy sombra mía aun no soy”.
Esta calle es un muestrario de las venturas y desventuras de la ciudad, porque también hay mendigos, a quienes se han definido como los obreros de la calamidad, pues casi siempre están de buen humor, aunque en ocasiones protagonizan altercados con la policía, que los desaloja.
“No se puede negar que saben luchar su dinero”, me dijo un señor llamado Pedro, mientras miraba a un anciano de dejadez extrema, en sillas de ruedas, que llevaba la prótesis de una pierna en la mano, donde en la parte hueca de la misma los transeúntes depositaban billetes y monedas.
A veces hay desfiles de sillas de ruedas por todo Obispo. Allí se reúnen, mendigos, enfermos mentales o actores que para ganar algún dinero simulan estatuas vivas, representativas de algún personaje de la literatura o la historia universal. El gobierno hace todo lo posible para ocultar estas figuras de la realidad nacional. Los expulsa una y otra vez de allí, pero ellos siempre vuelven pues como afirma una famosa sentencia “La necesidad es la madre de la invención”.
Aquellos que se dedican a hacer algún personaje típico o histórico, cobran por ser fotografiados un peso convertible (cuc), pero no siempre logran que el turista les pague, pues algunos después de tomar la foto dan la espalda y echan a andar.
Hoy Obispo no es solo una calle célebre porque allí se encuentre el hotel Ambos Mundos, donde residiera Hemingway en los años treinta del pasado siglo, o el Café Paris y el Restaurante La lluvia de Oro, lugar en que solían conversar -en las calurosas tardes de la Habana- José Lezama Lima y Rodríguez Feo; también lo es por sus pintorescas calamidades, por el exceso de policías que le dan el aspecto de una calle tomada y por algún que otro músico ciego.
En este lugar todos trafican con el pasado de la Republica, hay quien se viste a la moda de los tiempos del presidente Gerardo Machado; aunque hay alcohólicos con boina negra que representan al Che Guevara. Algunos desempolvan boleros con una voz ronca, más adecuada para la súplica, que para las escalas del canto.
En fin una voluntad imperiosa de resucitar el pasado, pues han descubierto que la Cuba republicana y su cultura de bares y victrolas, es una de las pocas cosas que todavía se pueden vender.
La Habana, 7 de agosto de 2014.