Publicado en el Nuevo Herald.
Madrid – El escenario de la sociedad cubana actual responde a un obsceno coctel en el que se combinan la prolongada agonía del socialismo de guayabera con un soporte teatral para que el castrismo continúe en el poder. Se trata, además, de que se aplauda y se considere aperturista y en plena evolución a quienes preparan ese brebaje para que los cómplices, los ingenuos y los interesados tengan donde esconder la esencia represiva de la dictadura.
Así es que el panorama general se presenta equívoco y surrealista. Allí se mueven, como estrellas de la obra representada sobre las ruinas, las comitivas de inversores de todo el mundo y los cuchitriles privados permitidos con desgano por el Estado, junto a una creciente presencia de símbolos de la cultura norteamericana y de grupos de seguidores del gobierno dispuestos a golpear a los opositores y, ahora también, a corear sus consignas en inglés.
Cualquier viajero informado y lúcido podrá percibir una atmosfera superficial de transformaciones y movimientos, pero esa misma información y esa lucidez le permitirá reconocer enseguida que, detrás de la alharaca de los discursos del oficialismo y sus amigos, el régimen mantiene entero y sólido su tradicional control y dominio sobre todas la libertades mediante la cárcel, las palizas, el acoso y el asalto a las viviendas de los demócratas, los periodistas independientes y los artistas libres.
El empeño gubernamental de darse agua y jabón o detergente a la cara dura y deforme incluye una regadera de albañales sobre la oposición pacífica. Y un trabajo meticuloso que ejerce la milicia pública y la tropa amañada de alabarderos para descalificar a cuanto cubano trate de organizarse en un partido político o expresar su opinión critica en un medio de prensa relevante.
Han tenido que permitir o hacerse los sordos con las críticas de esquina, en las sobremesas y en los partidos de dominó porque no le alcanzarían las 300 cárceles que tienen en el país para apresar inconformes, pero los panfletarios y los servidores voluntarios de diversa jalea se ensañan con los que trabajan por desmontar esta nueva función de los promotores de más de medio siglo de opresión.
A estas alturas, esa campaña contra la oposición ha tratado de eliminar o de confundir hasta el listado de los presos políticos en Cuba. Las dictaduras no se evalúan por la cantidad de presos políticos que tienen en sus calabozos, se juzgan por la vocación represora de encarcelar a sus oponentes.
Me permito, entonces, mencionar al artista gráfico Danilo Maldonado, preso y sin juicio desde diciembre pasado en la cárcel de Valle Grande, acusado de lesionar la imagen de los Castro por pretender hacer un performance con dos cerdos a los que escribió en el lomo los nombres de Fidel y de Raúl.
Maldonado es uno solo y aquello es una dictadura con presos políticos.
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