Cuando un hijo se va, no importa en las condiciones que sea, la muerte también penetra en los padres que lo criaron y lo quisieron toda la vida.
Ese es el caso de Pablo Manuel Martínez Carballo, vecino de la calle 12 #68 entre B y C, Reparto La Guernica en la ciudad de Camagüey. Su hijo, Sandy Pablo Martínez González, se encontraba cumpliendo sanción en la prisión Kilo 7, y allí falleció.
Aunque han pasado cinco meses, la muerte fue espantosa “incinerado vivo”, y así lo testifica este padre después de haber realizado numerosas investigaciones y llegar a la verdad sin haber tenido respuesta oficial.
Según plantea Pablo, todo comenzó el día 25 de junio, cuando su hijo fue esposado por un funcionario de Orden Interior, nombrado Rodolfo, quien le propinó una paliza, ocasionándole varios traumas craneales, hematomas y excoriaciones por todo el cuerpo, sin que con posterioridad hubiera recibido asistencia médica.
Dos días después, otro funcionario Sergio Tejeda Guevara, sin tener en cuenta el estado de salud de Sandy, lo volvió a agredir frente a los reclusos del Destacamento 11, de lo cual dieron testimonio los internos Erik García Rodríguez y Enrique Cambra Díaz, el que recibió de puño y letra de su hijo un testimonio escrito, haciendo referencia a la golpiza que recibió el día 25.
Después de una discusión de Sandy con otro recluso, el funcionario Rodolfo lo traslado de su Destacamento hacia el número 7, donde lo dejó en solitario y esposado de ambas manos en posición de crucifixión, sentado; aprovechando esta disyuntiva la arremetió contra él, propinándole piñazos y patadas. Momentos después fue incinerado vivo, a pesar de los gritos de pavor pidiendo que lo socorrieran, no acudió ningún guardia.
Reclusos con posibilidad de prestarle ayuda tampoco lo hicieron, ese es el caso de Yoslay Expósito García, que se encontraba hablando por teléfono cuando otro preso nombrado Alejandro Rodríguez Varona, conocido como Kiki, le pidió que avisara a los guardias y la respuesta de Yoslay fue: “No voy a avisar a nadie, porque Sandy no es mi familia”.
Como padre de la víctima Pablo no acepta el suicidio, igual que ha sucedido con otros casos dentro de la prisión, que se supone tenga a los guardias para cuidar de los presos.
Las autoridades penitenciarias no le han dado alguna respuesta, pero él no ceja en sus investigaciones, y tampoco admite que queden impunes las golpizas que le fueron propinadas a su hijo. Se pregunta ¿dónde estaban los guardias cuando se produjeron los hechos?
No hay ninguna respuesta –por parte de las autoridades médicas- a las lesiones que le ocasionaron a Sandy y tampoco cómo es posible que en la posición que se encontraba, así como en su mal estado físico pudiera haberse suicidado de esta forma.
Transcurre el tiempo, la herida de este padre no se cierra, pero el caso sí parece totalmente cerrado
Camagüey, 16 de noviembre de 2014