Martes , 27 Junio 2017

Paisaje con paliza y limonada

Los cambios anunciados por el régimen hace unos meses para convencer a propios y extraños de su intención de entibiar la dictadura tienen dos grupos que los apoyan con fervor y los ven con una ilusión perturbadora. Los empecinados creyentes son los jefes del gobierno cubano y las jerarquías políticas de la Unión Europea y de la Casa Blanca.

Hay entusiasmo también, desde luego, en la disciplinada servidumbre mediática criolla, en algunas viudas del comunismo en el exterior y, sobre todo, en una variada y extensa cuadrilla de inversionistas que miran hacia las ruinas del socialismo con la misma dosis de ambición que de miopía.

Con unas pocas medidas superficiales en la esfera de los servicios y otro arsenal de restricciones para que esas pequeñas aperturas no pasen de comercializar el agua de azúcar y oficializar los almendrones como taxis, se trasmitió una imagen que, de todas formas, favoreció a los compañeros de la Sierra Maestra y sus herederos en el poder.

En efecto, se ha producido y se produce una arribazón de altos funcionarios de los gobiernos empecinados en creer en la evolución de la dirigencia castrista. Han llegado y llegan junto a ellos los avispados inversores que, una vez que examinan la realidad, conservan intacta su ambición, pero pierden inmediatamente la miopía.

Un asunto grave de este panorama es que se ha convertido en un juego político sin resultados económicos ni progresos importantes mientras el tiempo pasa y el país se hunde cada día más en el mismo pozo brujo.

Lo más terrible de todo es que la vehemencia de los defensores de la legitimidad de los cambios alcanza para olvidar que en ese territorio viven once millones de personas. Unos hombres y mujeres obligados a vivir la vida real como en un laboratorio, sin voz ni voto, en un presente eterno que sólo permite, a veces, un viaje de la esperanza al desencanto.

Las carambolas de los cambios, además, les ha permitido a los castristas ponerse un velo de tolerancia y guante de seda y para intensificar la represión, aumentar el nivel de violencia contra los opositores pacíficos y subir el número de arrestos arbitrarios.

La única trasformación efectiva y tangible se ha producido y está en pleno vigor en el paisaje urbano de Cuba. Las calles y las esquinas de las ciudades se han enriquecido con los rudimentarios puestos de limonada o de café y con las brutales golpizas de la policía a los activistas de la oposición.

Son ellos los que merecen y necesitan la vehemencia el respaldo total de los demócratas del mundo. Los opositores están en las calles, bajo los bastones de la policía y los palos y cabillas de las brigadas paramilitares, para que se produzcan cambios verdaderos que renueven las estructuras de la sociedad y la libertad deje de ser un sueño.

Tomado de elnuevoherald.com


 

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