LA HISTORIA de América Latina demuestra que los dictadores de aquellos predios floridos creen, desde las primeras horas en el poder, que han comenzado a dominar el tiempo. Suelen ser violentos, bulliciosos, implacables y extravagantes. Todos rechazan que los llamen dictadores aunque ejerzan con solvencia el oficio o se presenten como aspirantes adelantados y con buen porvenir. Los identifica, además, como un sello en su programación genética, el odio al periodismo.
En ese dominio de rencor tienen una fraternidad tenebrosa y santificada por la impunidad oficial con los grupos mafiosos, los narcotraficantes, los delincuentes comunes y los extremistas que controlan ciertas zonas de la vida desde las sombras mediante unos sicarios que aprecian la sutileza de los filos de los cuchillos y la textura de la pólvora y el plomo.
El año pasado murieron asesinados en aquella región 29 periodistas, cuatro desaparecieron y no hay cifras exactas de los que se tuvieron que callar o cambiar el enfoque de sus temas por miedo a morir tiroteados en una calle o por haber recibido amenazas a su familia.
Ya es parte del resumen de fin de año en la región la estadística de los comunicadores eliminados por los intereses de los gánsteres y la lista de medios de prensa cerrados por decretos tramposos con visos de legalidad aprobados en países donde los gobernantes se niegan a leer lo que escriben los periodistas libres y, más importante todavía, se niegan a que lo lea la ciudadanía.
La represión y el golpe anunciado tienen nombres y apellidos. En Venezuela, esta semana el gobierno clausuró el programa radiofónico de la periodista Nitu Pérez Osuna, de Radio Caracas Radio, acusada de insultar a Nicolás Maduro. La profesional dejó este recado: «A los ciudadanos que me han callado… se me ha cercenado mi derecho al trabajo. La censura es absoluta».