Hay que reconocer que algunos de los regímenes populistas de América Latina, como Venezuela, Ecuador y Nicaragua, son creativos y abiertos en el momento de aplicar la censura de prensa, un arma que necesitan tanto como la represión para ejercer el poder y eternizarse en los palacios de gobierno.
Ni en Caracas, Quito o Managua se ha podido copiar el modelo de Cuba, que es la ilusión de todos esos aspirantes a presentarse como representantes del proletariado hasta el fin de la humanidad. No, los discípulos del castrismo se han visto obligados a usar antifaces para hacer su propaganda y cerrarle la boca a los periodistas. No han podido adueñarse de todos los medios de comunicación como hicieron desde el primer momento los comunistas en la isla. Los aspirantes solo se han apropiado de una parte de los periódicos y las emisoras de radio y televisión y, después, cada uno ha hecho aportes privados para que la verdad se apague.
El caso de la Nicaragua de Daniel Ortega aparece esta semana en las páginas del libro Asedios a la libertad, del periodista Guillermo Rothschuh Villanueva. El profesional examina el proceso de acceso a la información pública, el control de la publicidad oficial y la concentración de medios de comunicación como algunos de los temas más importantes en la relación entre la prensa y el poder en ese país.
Cuando a esos dos elementos clave se le unen las agresiones directas o indirectas contra los periodistas, dice el comunicador, se conduce a la autocensura que es una de las calamidades que padece el periodismo. A juicio del columnista Carlos Fernando Chamorro el libro de Rothschuh “plantea con rigor analítico el itinerario del deterioro de la libertad de prensa durante los últimos nueve años”.