De terremoto político podría definirse la presencia del mandatario norteamericano, Barack Obama, en Cuba. Su lapidario discurso al pueblo cubano dejó al desnudo la obsolescencia del régimen castrista. Llevó al plano de intragable la falacia de la cúpula gobernante de seguir apelando a la retórica de la plaza sitiada y el enemigo externo para justificar el total fracaso del modelo totalitario impuesto en 1959, aún vigente.
Obama hizo gala de sus dotes como brillante orador. También fue incisivo en mostrarse conciliador no solo con el gobierno y sus dirigentes, sino al extenderse a la relación con representantes del pueblo llano. Así lo ilustra su cena en una paladar de Centro Habana, el encuentro con varios opositores, o su participación en el programa humorístico de “Panfilo”.
En relación con Cuba, ¿qué otra carta le queda a la máxima figura de la Casa Blanca por jugar? Prácticamente ninguna, todas las de calado han sido puestas sobre la mesa. Ahora la pelota está, sin lugar a dudas, en el campo de los Castro. Le toca al octogenario Raúl decidir si se arriesga y avanza de la mano de EEUU hasta el despeñadero, o si se aferra al inmovilismo que le garantiza un peor y más rápido final.
Y es que la Casa Blanca se puede dar el lujo de que las negociaciones con la dictadura de La Habana se aborten a la larga. EEUU tendría poco que perder, más allá del esfuerzo infructuoso de pasar página a un conflicto bilateral que dura desde hace cinco décadas.
Si la normalización de relaciones diplomáticas llega a feliz puerto, desembocando en la implementación gradual de aperturas y reformas democráticas, entonces el Departamento de Estado de los EEUU podría desechar los planes de contingencia para responder militarmente a un posible desplome abrupto de los Castro.
El vacío de poder e inestabilidad en la isla sería una amenaza directa a la seguridad nacional del vecino del Norte. Se verían obligados a lidiar con un éxodo masivo de cientos de miles de cubanos tratando de llegar de modo irregular a la Florida. Lo peor es que la isla pudiera ser utilizada como refugio y base operativa por el narcotráfico y el terrorismo internacional a escasas 90 millas.
Por lo pronto, ya Obama consiguió con sus acciones sumar un componente importante al legado que exhibirá cuando finalice su mandato el próximo año. También desarmó de golpe y dejó sin argumentos el antiamericanismo propagado en América Latina por los gobernantes populistas y representantes de la izquierda.
En materia de política exterior, las medidas adoptadas para Cuba representan un innegable triunfo del presidente afroamericano. Hecho muy distinto al balance en el manejo realizado por su administración en el caso de las crisis desatadas en el Medio Oriente y el Norte de África. O el cuestionado acercamiento con Irán. Y su débil actuación frente al desafío de la beligerante Rusia. Además de su pésima estrategia en la lucha contra el terrorismo islámico.
En cambio, Raúl Castro no tiene alternativa. Salió corriendo a dejarse caer en brazos de su antiguo enemigo como única tabla de salvación. Está presionado por la indetenible caída del chavismo en Venezuela, la profunda recesión económica que sufre China, la desfavorable situación financiera de Rusia, la grave crisis y amenaza de desplome del gobierno de Rousseff-Lula en Brasil, así como el atolladero en el que se encuentran sus demás aliados populistas latinoamericanos.
La sustentación del régimen castrista lo constituye primordialmente el subsidio que aún le saca a la Patria de Simón Bolívar. El monto se calcula entre 8 y 10 mil millones de dólares anuales. Estas voluptuosas cifras corresponden al pago chavista por la prestación de servicios médicos y de otros profesionales cubanos. Incluyen los beneficios por concepto de reventa en el mercado internacional de una cantidad importante de los cien mil barriles de petróleo que diariamente recibe La Habana.
Las demás entradas de divisas al país representan un complemento. Tal es el caso de las remesas familiares que se estiman anualmente en unos 1.700 millones de dólares. El turismo apenas recoge 1.800 millones por año, lo que deja de ganancia neta unos 700 millones, no más que eso. La venta de níquel, tabaco, ron, medicamentos y alguna que otra bobería restante no llega a los 3.500 millones.
Y es que similar a la dinastía de los Kim en Corea del Norte, los Castro nunca tuvieron talento para construirse una economía que los hiciera autosustentables. Según datos publicados en el 2013 por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), el déficit comercial de la isla, representado por exportaciones-importaciones, era de 9.500 millones. Hoy el cuadro es más caótico, porque ha seguido decreciendo la producción para las exportaciones y aumentando las necesidades de importación.
Si se quedan parados en el andén y dejan pasar el tren norteamericano, los Castro pierden su última oportunidad de sostenerse por más tiempo en el poder, de salvar el pellejo y garantizar la conservación para sus herederos de gran parte de las riquezas usurpadas al pueblo cubano. Cayendo el tambaleante gobierno de Nicolás Maduro desaparece de golpe el subsidio. Sin ese dinero, para Cuba llega el colapso económico y financiero que empujará al estallido social. No hay otro derrotero.
Hasta ahora, la fórmula que utiliza el mandamás dueño de la finca castrista se asemeja a una ecuación cuadrática, o sea, de las que se igualan a cero. El hombre sabe que está obligado a dejarse llevar y bailar al compás de los EEUU, pero le aterra el sonido de la música. Algo así como: “quiero pero no quiero”.
Es tan errático el comportamiento de Raúl que pretende que la Casa Blanca lo colme de concesiones solo ofreciendo algunas migajas. En resumen, reclama que le levanten el embargo y le brinden regalías económicas, financieras y comerciales. La posibilidad de que las grandes empresas de telecomunicaciones estadounidenses provean a la isla de la infraestructura moderna del Internet de alta velocidad no está dentro de sus planes. Tampoco el asumir cambios en la legislatura vigente que reconozca derechos y libertades a los cubanos.
El paso de jicotea y la resistencia a las necesarias reformas da la apariencia de que la élite de la dictadura vive enajenada de la realidad. En menos de un año Barack Obama concluye su gestión como presidente, y el que lo sustituya, sea demócrata o republicano, no tendrá el interés o la urgencia de dedicarse a un tema que es de la cosecha y cuyos frutos recogió otro. Tampoco toman en cuenta la indetenible debacle económica, política y social que sufre el gobierno de Nicolás Maduro. El sustituto de Hugo Chávez está peor que un guanajo encima de un zinc caliente y con los actuales precios del petróleo no tiene escape.
Barack Obama gana su osada apuesta materializada en el cambio de política hacia Cuba con cualquier desenlace. Para Raúl Castro solo hay dos caminos. Uno, es acceder al abrazo del oso hasta que pierda el aliento apretado en su pecho. El otro, quedarse varado y seguir atormentado con las imágenes de los momentos finales de Muanmar el Gadafi en las calles de Libia. Estas son las únicas ofertas en el menú cubano.