Martes , 27 Junio 2017
La locura como política

La locura como política

La táctica del loco es uno de los modelos clásicos de la teoría de juegos, derivación del conocido “juego del gallina” que habría sido popular a mediados de los años cincuenta entre los adolescentes norteamericanos.

En una de sus variantes el juego consiste en que dos carros se lanzan a toda velocidad, uno contra el otro, sobre la línea blanca de una carretera y el primero que se desvíe de la línea, pierde. Los chicos le pueden gritar triunfalmente: ¡Gallina!

Una táctica para ganar el juego consiste en hacerse el loco y si un jugador resulta lo suficientemente convincente como para hacer creer a los demás que nada le importa, obliga al otro a volverse sensato con lo que su posibilidad de ganar aumenta. La paradoja es que mientras más insensato, más probabilidades tiene de salirse con la suya; pero si  el otro hace lo mismo, ambos estarán en grave peligro.

Aunque pueda parecer algo frívolo, este modelo es utilizado por respetables politólogos para analizar determinados conflictos internacionales, por ejemplo, el caso de Corea del Norte, el programa nuclear iraní o el extremismo árabe contra Israel.

El modelo clásico fue desarrollado en la crisis de los cohetes de Cuba o crisis de octubre de 1962, que enfrentó a John F Kennedy con Nikita Kruschev. Los famosos think tank norteamericanos estaban convencidos de que las actitudes teatrales de Kruschev (como cuando golpeó con el zapato su podio en la ONU) eran para impresionar, aparentar que estaba lo suficientemente chiflado como para no importarle llegar hasta una guerra nuclear; pero tras esa fachada se encontraría a un líder responsable.

Afortunadamente tuvieron razón, Kennedy mantuvo firme el bloqueo naval de Cuba y Kruschev ordenó desmantelar las bases de lanzamiento y retiró los misiles nucleares, en  medio de una tremenda pataleta de Fidel Castro que convocó manifestaciones en La Habana con consignas como: “Kruschev, mariquita, lo que se da, no se quita”.

No en balde Castro es conocido desde su juventud como “el loco Fidel” y cuando le conviene adopta poses atrabiliarias. Se ve como pasó del slogan “qué importa la vida de un hombre cuando está en juego la vida de un pueblo”; al “qué importa la vida de un pueblo cuando está en juego el destino de la humanidad”.

Sin embargo, luego de la rabieta toma una actitud circunspecta y acepta los hechos: no rompió relaciones con la URSS y se conformó con que EEUU suspendiera el bloqueo. Un hecho curioso es que más de medio siglo después de retirados los buques norteamericanos, Castro todavía sigue aprovechando la propaganda del “bloqueo” para mantener el estado de sitio en la isla y justificar su bancarrota.

En Venezuela nos están acostumbrando a estas puestas en escena, a estos arranques melodramáticos de amargas rupturas con reconciliaciones subsiguientes que son tan propias del teatro, haciendo la salvedad de que éstas son inofensivas; pero cuando se llevan a la política pueden tener trágicas consecuencias, que ninguno de los actores pretende ni está en condiciones de predecir.

Los actores del régimen no tienen que hacer el menor esfuerzo por parecer locos desenfrenados. Todo el mundo recuerda el sonsonete “Chávez los tiene locos” o bien la confesión de que Chávez era quien controlaba al loco que todos ellos llevan dentro.

También al morir Juan Vicente Gómez el comentario fue: “Murió el gran loquero”.

EL VETO PRESIDENCIAL

En Venezuela no existe la institución del veto presidencial a las leyes del Congreso. Cierto que Chávez alguna vez utilizó esa expresión sin que nadie lo corrigiera; pero, ¿cuántas falsedades popularizó y quién lo corrigió?

Además, fue con ocasión de una muy controvertida Ley de Educación que la oposición rechazaba, por lo que la decisión se recibió con alivio por los interesados que no se detuvieron en la corrección de la figura que se estaba utilizando, que no era un veto sino una simple solicitud a la Asamblea, según el artículo 214 de la Constitución.

El caso es que algunos jurisconsultos, comentaristas y hacedores de opinión continúan utilizando el término, a veces en forma oportunista, a pesar de que éste no aparece en la Constitución, es más, podría decirse que es todo lo contrario, los constituyentes se esmeraron en impedirlo.

La lectura más superficial de los artículos referentes a la formación de las leyes pone de relieve su carácter imperativo: el Presidente “promulgará” la ley en el plazo de diez días. Dentro de ese lapso “podrá”, solicitar a la Asamblea, mediante acto razonado, que modifique o levante la sanción a toda o parte de ella. Es clara aquí la distinción entre una potestad que es obligatoria y una facultad que puede ejercerse a discreción.

Hecha la revisión, la Asamblea le remitirá la ley “para su promulgación” y con mucho más énfasis añade la Constitución que el Presidente “debe proceder a promulgar la ley” en un plazo de cinco días “sin poder formular nuevas observaciones”. Sólo queda el recurso por inconstitucionalidad, que debe resolver la Sala Constitucional en quince días, que si la niega o no decide, el Presidente “promulgará la ley” en cinco días, sin más recursos.

Si el Presidente de la República no cumple con su obligación, el artículo 216 dice que el Presidente y los dos Vicepresidentes de la Asamblea Nacional “procederán a su promulgación”, y si hubiera duda del carácter imperativo de las disposiciones añade: “sin perjuicio de la responsabilidad en que (el Presidente) incurriere por su omisión”.

Por tanto, es completamente evidente que la intención del constituyente originario es que las leyes sean promulgadas y que este acto no sea impedido por el Presidente, al que si fuera el caso hace objeto de responsabilidad por omisión.

Pero supongamos que este punto fuera objeto de discusión. ¿Cómo podría establecerse la intención del legislador, o mejor, del constituyente originario? Primero, por lo que dice textualmente, para lo que está la letra de la Constitución, reseñada arriba.

Segundo, por lo que no dice. Si el constituyente hubiera querido establecer el veto presidencial lo hubiera hecho expresamente. ¿Qué le impedía decirlo? Un constituyente que es singularmente prolijo en las palabras al punto de resultar repetitivo,  ni una sola vez utiliza la palabra “veto”.

Tercero, por la tendencia. La Constitución anterior, de 1961, tampoco contemplaba la institución del veto, pero exigía una mayoría de las dos terceras partes para que el Presidente procediera a promulgar la ley sin más objeciones; si fuera por simple mayoría tenía otra oportunidad de reconsideración.

La Constitución de 1999 endureció esas condiciones, de manera que basta la mayoría absoluta (no de dos tercios) para que la promulgue sin más reparos y eliminó la reconsideración por simple mayoría.

También eliminó una frase de la Constitución de 1961, cuando la ley es promulgada por el Presidente y Vicepresidente del Congreso, que decía: “En este caso la promulgación de la ley podrá hacerse en la Gaceta Oficial de la República o en la Gaceta del Congreso”. Hoy sería la Gaceta de la Asamblea Nacional.

La costumbre es otra fuente de Derecho Constitucional. Pues bien, en Venezuela no se acostumbra el veto presidencial sino todo lo contrario. Es más, puede decirse con escaso temor a equivocarse que esto nunca se ha visto.

Probablemente por la tradición caudillista de la política venezolana que concentra todo el poder en el Presidente de la República y por su influencia en el Congreso a través de los partidos políticos, estas controversias eran inconcebibles.

Puede recordarse un pequeño escarceo entre el Presidente Caldera y el Congreso por la ley que creaba el Consejo de la Judicatura, que terminó aprobando a regañadientes porque aparentemente le restaba influencia en el Poder Judicial.

Otro caso en sentido contrario fue la ley para elección y remoción de gobernadores patrocinada por el Presidente Carlos Andrés Pérez con la incomodidad de la fracción del partido en el Congreso, porque eliminaba la designación unilateral de los gobernadores.

De resto, la alternativa al concierto es el asalto, como hizo Monagas en 1848.

DE LA TRANSICIÓN A LA TRANSACCIÓN

Ver a Henry Ramos Allup recibiendo la tiara y el báculo para convertirse en Pontífice debe haber causado tanta consternación a más de uno dentro y fuera del hemiciclo que no habrá podido contener la exclamación: ¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho?

Pero si la solución de nuestros males siempre estuvo allí, delante de nuestras narices, esta sí que es una generación perdida. Para eso hubiéramos elegido a Luis Alfaro Ucero en 1998. ¿Qué podrá hacer ahora AD que no haya hecho en ochenta años?

En su discurso de apertura HRA describe puntualmente el pacto electoral de la MUD con miras al 6D; pero se sabe que ese no es el único pacto que lo vincula. Los hay con el régimen, los cubanos, las FFAA, su propio partido, sombríos empresarios y la mafia que sería muy peligroso siquiera recordar.

Su política es una constelación de compromisos, algunos impresentables en público, aunque quien no los conoce, los sospecha. En apenas una semana de estrenada la AN ya se percibe el abismo que separa al muchísimo ruido de las poquísimas nueces.

El pintoresco episodio de los diputados de Amazonas, hasta adornados con penachos de plumas para la ocasión, puede servir al menos de ilustración, dejando de lado  cuestiones formales como una supuesta demanda introducida en vísperas de año nuevo, admitida y decidida de un día para otro, con argumentos fútiles y consecuencias exorbitantes, como que todo un Poder Público sea abolido por una orden dictada por partisanos sin la menor legitimidad ni competencia.

Pero cuando al fin las fuerzas de Og y Magog estaban alineadas para la Gran Batalla del Armagedón, que presagió desde las alturas, entre rayos y truenos, el iracundo profeta Heinz Dieterich, como por arte de magia, no pasó nada.

Ya había ocurrido el 5E, Día de la Instalación y antes el 6D, cuando transcurrió la elección más tranquila en décadas, donde no se vio ni un motorizado, ni una franelita roja, nada, más pacífica que un Viernes Santo, en lugar del vaticinado Apocalipsis.

Lo que se revela es que detrás de las tremebundas declaraciones de lado y lado hay un modus vivendi, que no es nuevo pero sí variable. La MUD declara que va a cambiar al gobierno en forma democrática, constitucional y sobre todo electoral; pero eso es lo que ocurre en Suiza, Noruega o el primer mundo en general. ¿Qué tiene que ver con nuestra realidad? ¿En qué mundo estamos?

En la práctica, la MUD le presta al régimen el piso político que ha perdido, para que no naufrague en la tormenta que ellos mismos han desatado. El riesgo es que podrían estar sobreestimando sus posibilidades y creyendo sus propias mentiras, que representan a la mayoría del país o que entre gobierno y oposición no hay más nadie.

Mientras tanto, el régimen con el tiempo ganado acelera su proceso de destrucción, se asegura de que si pierden esta partida será por el momento y los otros no ganaran nada, por su política de tierra arrasada.

El Estado de fachada sigue engañando hábilmente, por ejemplo, un superministro que basta verlo para advertir su función de pararrayos, es decir, el objetivo de todas las burlas y críticas, mientras en la sombra opera el poder real a través del agente comunista cubano Orlando Borrego, cuya mejor credencial es la de asistente del Che Guevara.

Mario Vargas Llosa y su Fundación Internacional para la Libertad felicitan a la MUD por su éxito arrollador sin parar mientes en que el 100% de los opositores electos sean de ella, lo cual implica que nadie tiene vida fuera de la Unidad. Ahora el supercogollo de la MUD decidirá quién puede ser gobernador o alcalde en las próximas elecciones.

Reconocen el “resultado abrumador de las urnas” a favor de la libertad de los venezolanos, así como Luis Almagro escribió a Maduro: “interpretar y o distorsionar lo que éste ha expresado en las urnas, afecta directamente la voluntad popular”. Concluyendo que: “El pueblo expreso su voluntad en las urnas”.

Mienten deliberadamente, no sólo porque suene muy mal decir “el pueblo expresó su voluntad en las máquinas” sino porque eso es otra falsedad. En Derecho, la voluntad se expresa de viva voz o por escrito; pero nadie dice que la voluntad pueda manifestarse mediante una máquina, ni puede decirlo porque la máquina no expresa la voluntad de la persona sino que la sustituye por la voluntad del programador.

Esa es la esencia fraudulenta del sistema electoral que se ha impuesto en Venezuela, que mediante un mecanismo que nadie entiende la voluntad de los electores se pierde en una maraña de maquinitas Smartmatic, fibra óptica, software, microondas y al final lo que aparece es la voluntad del Gran Elector, el dueño del aparato, que antes era Chávez y ahora ya ni se sabe quién es, un Deus Absconditus.

MVLl y la FIL se unen a las voces que dentro y fuera del país piden el inicio de una auténtica transición que garantice “la alternancia en el poder”, ¿de Ramos Allup, de Capriles Radowsky? Por favor, que alguien les diga que la MUD no predica ni practica la alternatividad, para que no sigan haciendo el ridículo.

Venezuela sigue entrampada en una conspiración socialista internacional que ahora entra en una etapa superior de alianza de élites contra una población inerme.


 

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