Por Arturo Suárez Ramos
El dietario del hombre, sus múltiples manifestaciones por exhibir una esencia humana, tiernamente doméstica, tiene sus bienes en un entramado de riquezas espirituales acumuladas, sobre aciertos y desaciertos; sombras y luces …; escándalos y logros, desde el mismo momento de la creación divina. Concibiéndose una fe por el mejoramiento ético, cívico y humano, en la convivencia de los hombres: sus interrelaciones. Libertades y diálogo universal, para con él y para con el Creador.
Es decir, la espiritualidad es un hecho irremplazable, consustancial de nuestra propia naturaleza, a la que asistimos con bondad derramada y vocación natural, en busca de nuestra imagen y semejanza al cuerpo místico de Dios.
Parte de ahí y nace la apertura sistemática, a favor de los Derechos Humanos, desde su notoria concepción, en el marco de suscitar una conciencia humanista, para combatir y educar, a plaza pública, las estructuras del mal, en su lenguaje precario de pecado, donde se conjuran las muchas formas y los diversos trágicos escenarios de la Tortura, el asesinato, Terror, la violencia, el odio, la cárcel, el hambre …, y la amenaza, en que se deshumaniza al oprimido, al perseguido, y al que se excluye de la dinámica vida humana e integridad intrínseca más elemental.
De modo que, con responsabilidad y compromiso, el ser humano como realidad histórica, se ha de acompañar de proyectos diversos, debatidos con libertad, para mantener en centinela la dignidad de cada hombre y mujer, tomando de inspiración y ejercicio el derecho divino que tiene la persona, por ser eso: un ser humano.
Semejante propuesta, exigente consigo misma, nutre su práctica cotidiana y debates, laboriosamente traídos con paciencia, al llamado común de escribir en la lectura y convivencia de los hombres, a tinta embarrada de tejidos humanos espirituales, la universalidad e indivisibilidad de los Derechos Humanos, como anuncio y evangelio que adiestre el orden mundial de los individuos y colectivos, con la misma sustancia que la creación dio aliento sólido a la vida. Otorgando una dimensión creíble al encargo confiado por Dios, a cada uno de sus hijos, desde el génesis, a la luz de la fe y el espíritu que revela los designios del hombre.
Este camino de rescate y salvación concentró, sobre las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, el comprometimiento de regular normas e instituciones multinacionales, para proteger, monitorear, predicar y defender el sagrado y divino derecho de la dignidad individual y de los grupos vivientes, otorgada y cual busca Dios, en su percepción de justicia y restablecimiento, sin demora, para que cada ser, pueblo o Nación, experimente, en carne suya, el vínculo antropológico y místico de la verdad más sublime del amor que testimonia y garantiza la autenticidad de unos Derechos Humanos en su visión armónica de respeto y universalidad.
Enorme mérito resultó, al amparo del Espíritu Santo, la transición gradual y pacífica de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuando el 10 de diciembre de 1948, los hombres, pueblos y Naciones, se hicieron distinguir y acompañar, luego de votación, un documento transcendental que ha permitido animar, como Buen Pastor, esfuerzos metodológicos, profilácticos y de evaluación, a favor de la convivencia fraternal, rica y espiritual de los Derechos Humanos.
Orientados por el derecho divino llegamos a la respuesta de que la presencia de Dios, ofrece transcendencia a los Derechos Humanos, y quienes se apartan de su concepción y respeto, asumen violentamente el asesinato espiritual contra nuestra propia vocación de convivencia humana. Culpablemente dañan y escandalizan la verdadera misión del protocolo firmado que cuantifico y cualifico el respeto de la vida humana.
La lucha de los derechos del Hombre es proemio de la creación, pero en nuestros días alcanzan una elasticidad que lo ha debilitado, como consecuencia del suicidio espiritual, en que incurren las contiendas políticas, bélicas, sociales, económicas …, y fundamentalistas del odio y el terror, que se apartan de la espiritualidad, dador de vida, con que fuimos HUMANAMENTE, traídos a la existencia.
Este divorcio arrastra y trae consigo una escalonada crisis de valores presentes en torno resto de muerte, abuso, violencia …, y menoscabo de la dignidad propia, que conspira la lectura de la vida.
Constituye un principio bien apreciable a distinguir y reconocer, cuánto tiene de espiritualidad los Derechos Humanos, y cuánto aporta y tenemos cada uno de esa espiritualidad, para finalmente entender el eco persuasivo que toda persona, -creyente o no -, administra, conserva y distribuye, en sus tejidos, y por ende, en la salvación de unos Derechos Humanos tratados, con el amor de Dios, para que los Hombres y Mujeres, sean portadores y evangelizadores de vida.
Así, desde lo efímero hasta lo más profundo, nada ni nadie podrá destruir las herramientas e indivisibilidad de nuestro ser con los Derechos Humanos, como tampoco el pecado original hizo que Dios dejara de amar al hombre.
Esto, absolutamente, nunca puede ser ignorado, pues en su traducción se consagra e inscribe la ESPIRITUALIDAD que da carácter UNIVERSAL a los DERECHOS HUMANOS.
Arturo Suárez Ramos.
Expreso Político Cubano.
Activista de los D.H.
Madrid, 10 de diciembre del 2012.