Esta es una historia de vida real, su protagonista pidió anonimato, por lo que lo nombraremos Evelio. Así pues, Evelio puede ser cualquiera de los miles de ancianos que luchan por la supervivencia en las calles de Cuba.
Maní maníííí…, pregona Evelio bajo un sol abrasador, en una mano una raída bolsa con cucuruchos, en la otra cinco o seis de estos, camina con pasitos cortos e inseguros, arrastrando los pies, le calculo unos setenta y tantos años, nunca le pregunte, nunca le veo sonreír, aunque lleva sus desgracias y miserias con dignidad: jamás pide limosnas, jamás consume alcohol, viste ropas desgastadas pero limpias. Le compro un cucurucho mas para colaborar que por comerlo; observo sus ojos acuosos, turbios, el tiempo no perdona me digo y me asusto del posible escenario de mi futura vejez. La pensión que le pagan a este anciano, residente en mi barriada, no le da para vivir, encima le descuentan el refrigerador; vive solo: su hijo falleció hace años en un accidente, su esposa ya no está en este mundo; su casa pide a gritos una reparación. Miro a este señor y me vienen a la mente, imágenes de un patético spot de la televisión cubana, donde unos sonrientes y sonrosados abuelitos y abuelitas, practican taichí en un parque de la capital, el objetivo de dicho bodrio audiovisual es claramente propagandístico: pretenden de manera descarada, vender la idea de una vejez feliz y despreocupada. Miro nuevamente a Evelio, y no sé, si reírme ante el absurdo o encolerizarme.
Estampas como estas son comunes a lo largo y ancho de nuestra ciudad y de nuestro país, no puede ser de otra manera, los salarios apenas llegan a los diez días del mes, menos una miserable pensión que, paga un Estado que se da golpes en el pecho, propagando impúdicamente a los cuatro vientos que, en nuestro paraíso socialista, los ancianos tienen garantizada una vejez apacible y sin preocupaciones.
El protagonista de esta historia, laboró toda su vida, trabajos voluntarios, zafras del pueblo, diplomas de destacado en la emulación socialista… Ahora, en el invierno de su vida, en lugar del merecido descanso, está obligado a seguir trabajando, no por afanes de aumentar riquezas que no posee, sencillamente es pura supervivencia; cual tiburón que está obligado a mantenerse en movimiento para no morir, Evelio se mueve con sus cortos pasos, por las calles de mi barrio, tiene que vender si quiere comer, no es para nada justo. Sigo sumido en mis propios pensamientos, imágenes televisivas y titulares de artículos periodísticos, revolotean en mi cabeza, se me antojan irreales, ¡Cuba con la mejor seguridad social del mundo!: se me contrae la mandíbula por la indignación; universidad del adulto mayor: cierro los ojos y respiro profundo; comedores para personas de bajos recursos: siento que me sube la tensión arterial.
La Carta Magna de este país preceptúa en su artículo 48, que el Estado protege, mediante la asistencia social, a los ancianos sin recursos ni amparo y a cualquier persona no apta para trabajar que carezca de familiares en condiciones de prestarle ayuda, fin de la cita, el verbo rector en el texto del anterior artículo es “carezca de familiares en condiciones de prestarle ayuda”, sin embargo, el vergonzoso y triste panorama actual, lo es una desenfrenada carrera del sistema de seguridad social cubano, por quitarle la chequera a aquellos ancianos que tienen un familiar que trabaja (los salarios no alcanzan para uno menos para dos), está claro que los arquitectos de esta desvergüenza, tienen asegurada su vida(no su vejez, que ya están bien ancianos)y claro para dar un barniz de supuesta democracia, el hato de selectos carneros que conforman la asamblea nacional(no merecen las mayúsculas), dio su voto unánime y sin siquiera atreverse a emitir un balido discordante, así que los tristes mortales a tomar por el c…, como dicen los españoles.
Es una vergüenza nacional, la situación de muchos de nuestros pensionados, sencillamente no merecen el pesado fardo que llevan a cuestas. Tristemente todo indica que seguirá así, y continuaremos escuchando por nuestras calles, débiles pregones, suplicantes, en ocasiones agónicos, como los de Evelio, que continuará, hasta que sus seres queridos lo reclamen, con su cotidiano pregón, maní maníííí…, maní maníííí…