Martes , 27 Junio 2017

Escarmientos a granel

Jorge Olivera Castillo.

En las más recientes nóminas carcelarias del presidio político, hay nuevos nombres. No es ninguna sorpresa que la cifra vaya en aumento.

Se sabe que en la fórmula estalinista para mantener la sociedad dentro de los fronteras de la obediencia o el silencio, no faltan los fiscales que dictaminan la culpabilidad del acusado con talante de verdugos medievales, los jueces listos para añadir su cuota de cinismo en la farsa, y los acusadores y testigos seguros de que el destino de su víctima culminará en una celda inmunda o en un cubículo repleto de delincuentes y locos.

Uno de los últimos condenados ha sido Bismarck Mustelier.

Según el coordinador de la Unión Patriótica Cubana (UNPACU), José Daniel Ferrer, agrupación a la que pertenece Mustelier, los hechos se produjeron a raíz de una protesta, ocurrida en el mes de abril de año en curso, debido a deficiencias en la atención médica urgente a una niña accidentada en un centro hospitalario de la ciudad de Santiago de Cuba, la segunda urbe más importante del país, ubicada en el extremo oriental de la Isla.

Tras una refriega con policías e integrantes de la seguridad del estado, en el momento de la detención, se procedió al confinamiento en una celda de castigo para instruirlo de los cargos de atentado y resistencia.

El fallo del tribunal por ambos delitos, que tanto familiares como José Daniel desmienten, fue de dos años de privación de libertad.

Con este desenlace, ya suman cuatro las penas carcelarias aplicadas contra miembros de la UNPACU.

El relativismo de las opiniones que fundamentaron un relajamiento acerca del accionar represivo, específicamente el relacionado con la disminución de las condenas a prisión por razones políticas y la concesión de indultos a varios centenares de reos, sobre todo sancionados por delitos comunes, cobra hoy una vigencia difícil de rebatir.

Poco a poco el número de personas condenadas por su activismo a favor de transformaciones democráticas, la defensa de los derechos humanos o el ejercicio de los derechos fundamentales al margen de las prohibiciones existentes, ha ido en aumento.

La estrategia gubernamental frente a estos asuntos sigue el perfil trazado desde que surgieron los primeros focos de resistencia contra el totalitarismo.

Sin poder darle un uso libertino al fusilamiento, debido a que la lucha se limita al empleo de medios pacíficos, se ha codificado el empleo de métodos más sutiles, con sobradas razones para encasillarlos como procedimientos crueles y degradantes.

Que hayan forrado el garrote con papel celofán y repitan que es un especie de objeto museable, la realidad expone que la represión pura y dura forma parte del arsenal de Raúl Castro.

Salvo puntuales consentimientos para el desarrollo de ciertas libertades, más paródicas que auténticas, lo que predomina en el ambiente es el agrio sabor de la censura.

Si no median autorizaciones del “alto mando”, es de tontos creer en la espontaneidad de los sujetos vinculados directa o indirectamente a las instituciones oficiales, para oficiar debates, coloquios, entre otras actividades donde se ventilan temas espinosos del acontecer nacional.

Todo está regulado para que no se salga de los parámetros establecidos. El caso de Bismarck Mustelier define las pautas de una permisividad que contrasta con un escenario que todavía consigue algún que otro elogio.

Es hora de convencerse de que Raúl Castro no asumirá el papel de Gorbachov dentro de una dinámica que continúa atada a los vicios de una mentalidad retrógrada y carente de visión en cuanto a remontar los límites de una ideología fracasada y sin futuro.

La calle, como a menudo recuerdan los amos y sus adláteres, es de los revolucionarios. Es decir de los que no se aparten ni un milímetro de las coordenadas que el partido único retoca cada día con tinta china.

Con la apoteosis de los actos de repudio y la tendencia a poner tras las rejas a los inconformes, Raúl Castro se revela como un continuador de lo que nunca debió suceder en Cuba y menos por tan largo tiempo.

Las dictaduras son incapaces de regenerarse. Tratan de alargar sus plazos de supervivencia con fintas de pugilista amateur.

No engañan a nadie, pero la mayoría prefiere callar ante el brutal sonido del puño de hierro grabado en la memoria.

Esos ruidos producen sobresaltos, pero también determinaciones para saltar por encima de los miedos.

Aunque parezca exagerado, hay circunstancias donde es preferible la cárcel antes que continuar padeciendo la deshonra de ser tratados como una subespecie humana.

Estar todo el tiempo bajo los disfraces de ocasión con tal de no buscarse problemas, es una inconsecuencia de efectos devastadores.

Por suerte, y a pesar de los castigos, crece la cantidad de coterráneos dispuestos a abandonar esas posturas.


 

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