La abrumadora magia del dinero y el folklore político de América Latina tocado por el populismo y la ambición de poder de una izquierda implacable y variopinta, han conseguido que el Gobierno que encabeza Nicolás Maduro en Venezuela desplace provisionalmente de los medios a la dictadura cubana como vanguardia histórica de la represión, la falta de libertad y el caos económico.
Las conversaciones iniciadas por Cuba en diciembre pasado con sus viejos enemigos del norte para restablecer relaciones diplomáticas y una visita rápida de Raúl Castro a Roma para que el Papa Francisco le santiguara, cambiaron las cosas. Lo que interesa ahora es reseñar cómo se instala en la isla un capitalismo de café con leche y hacer notas turísticas y cálidas sobre las visitas de celebridades internacionales que van a La Habana a retratarse con el pasado.
La detención de presos políticos y la violencia policial contra los opositores se han hecho más intensas, la escasez es la misma de siempre, y el salario de los cubanos no pasa de 24 dólares al mes, pero esos temas rompen el ritmo de los reportajes sobre la música, el Malecón, los timbiriches particulares autorizados por los comunistas y los coches norteamericanos del siglo pasado que los cubanos llaman almendrones.
Así es que Maduro ocupa el primer plano del autoritarismo, con aspiraciones totalitarias, en su afán de hacer de su país una copia fiel de la Cuba de sus maestros y asesores. Y es el heredero de Hugo Chávez el que tiene que asumir los titulares sobre las protestas populares por los presos políticos, las denuncias de los opositores encarcelados en huelga de hambre y el enfrentamiento de los periodistas libres que se niegan a callar o a venderse.
Es el discípulo predilecto del castrismo el que tiene que encarar todos los días la crisis por la falta de productos alimenticios y medicinas que sufren los venezolanos y la angustia por la atmósfera de inseguridad que se vive en un país en el que los delincuentes asesinaron a 24.980 personas en el año 2014.
Eso sí, Maduro no está solo ni quieto. Tiene el apoyo de Raúl Castro. Y cuentan con sus camaradas de Nicaragua, Bolivia y Ecuador. Le acompañan el ruidoso silencio y la mirada perdida en el cielo de la mayoría de los gobiernos democráticos de aquella región y de otras partes del mundo. Y hoy viaja a Roma, como en el verano de 2013, para ver si el Papa le vuelve a hacer una cruz en la frente.
Tomado de elmundo.es