Entre la infinidad de delitos políticos que el régimen cubano ha inventado para controlar la disidencia o el descontento de la población recuerdo siempre que, hacia finales de la década de los 80, era muy grave que alguien pusiera con tiza o pintura en una pared esta inscripción inocente: 8 A.
La traducción popular de esa combinación de número y letra era el apellido de un hombre, el general Arnaldo Ochoa, acusado de narcotraficante por sus antiguos compañeros de ideales y condenado a morir frente a un pelotón de fusilamiento junto al coronel Antonio de la Guardia, involucrado en la misma causa, que era el jefe de un peculiar departamento secreto que debía hacer operaciones para vulnerar las vallas invisibles pero firmes del embargo norteamericano.
Se podía ir a la cárcel por ese número y esa letra porque expresaban, claramente con su oscuridad, que la gente del pueblo no querían que mataran a Ochoa y no creía que fuera un delincuente. Pensaba que ahí había otra cosa.
El periodista José Manuel Martín Medem, verdadero conocedor de ese y otros muchos graves asuntos cubanos, acaba de publicar un libro que podría suscribir aquellas miles de inscripciones de 8 A que llenaban las paredes en todo el país y que la policía se apresuraba a borrar todas las mañana. El problema es que este testimonio (de 1989) no lo pueden borrar. Les queda el poder de censurarlo en Cuba.
El secreto mejor guardado de Fidel Castro (Los fusilamientos del narcotráfico) es el título de Medem, publicado por la editorial Catarata. La obra es una investigación más profunda, coherente y profesional de un episodio que terminó con la muerte de Ochoa, De la Guardia y otros dos oficiales y que reveló la verdadera cara del dictador.
Para el periodista «los fusilamientos son el gran agujero negro en la contradictoria biografía de Castro porque en su actuación se combinaron las que creo que son sus dos peores señas de identidad: la pasión por el poder absoluto y la crueldad». Según Medem, personas cercana al general aseguran que él quería discutir con Castro sobre el porvenir de Cuba y proponía reformas en la economía. También tenía discrepancias sobre la manera de conducir la guerra en Angola (Ochoa era el jefe de las tropas cubanas en ese país) y la salida negociada. «Mi opinión es que la acusación contra Ochoa de traición a la patria fue un montaje para justificar su fusilamiento».
Medem, corresponsal de TVE durante muchos años en Cuba, México y Colombia, vuelve sobre aquellos siniestros sucesos con nuevas revelaciones de dirigentes y militares cubanos todavía protegidos por seudónimos tan sonoros como Tocororo o Malanga, para hacer una exploración a degüello de los acontecimientos y repasar, con abundante información y rigor en el oficio, los manejos con el narcotráfico de varios gobiernos de aquella región, incluido el de EEUU. Hay que leer este libro para saber de ese tiempo y conocer muchas otras cosas de Cuba y de los cubanos.