Martes , 27 Junio 2017

El Ariguanabo que se queda, el Ariguanabo que se va

Para las personas que habitan en el municipio de San Antonio de los Baños, en la provincia de Artemisa, el río Ariguanabo es una de las escenarios geográficos que mejor los define; es por eso que se les conoce por el gentilicio de ariguanabenses, desde que esta Villa fuera fundada en 1794 por Don Agustín de Cárdenas,  marqués de Monte Hermoso.

Ha sido siempre tan notable para todos la importancia del río, que de manera inicial la Villa se llamaba San Antonio de Abad y cuando los baños en el Ariguanabo se hicieron famosos por las personas de las clases adineradas de la Habana, quienes tenían sus aguas como medicinales y milagrosas; entonces el nombre fue cambiando para identificar la cédula como San Antonio de los Baños.

Según las propias palabras del historiador Rafael Lauzán: “Es un río enteramente nuestro porque nace y muere dentro del término del municipio, porque nace junto a la Laguna del Ariguanabo y corre de norte a sur y concluye en la Cueva del Sumidero, después de atravesar la villa”.

Esta circunstancia ha sido importante en el imaginario colectivo, puede este río y los lugares por donde transita han sido descritos por diversos autores, entre los que se encuentran: José Marichal y Eugenio Florid, quien lo representa en uno de sus más célebres poemas. Además están los ariguanabenses Ángel Valiente y el reconocido cantautor Silvio Rodríguez, quien se definió a sí mismo afirmando: “Yo soy de donde hay un río”. Palabras que también sirvieron para dar título a una breve antología poética de autores de este municipio, que se publicara hace ya algunos años.

Hasta el pintor Quidiello, lo plasmó en sus lienzos, fluyendo bajo los puentes de la placita.

Como se puede apreciar la relación con su río de los que habitan este municipio, se manifiesta casi  obsesiva, y fue lo que motivó al escritor Sandalio Camblor a revivir un proyecto -de hace ya varias décadas- que se llamaba “La peña del río”, consistente en una tertulia que reunía a pintores, músicos y poetas y que ahora se celebra una vez al mes.

Esa relación estrecha entre el río y los habitantes del pueblo hace que el Ariguanabo sea un elemento de identificación y tal vez esa costumbre de sentirse ligados a este accidente geográfico,  hace olvidar que esas aguas que ahora contemplan no son las mismas, ni tienen ya la transparencia ni el caudal de que hablaron pintores, poetas y artistas en general.

El actual río está venido casi un depósito natural de basura. También podría decirse lo mismo de la flora que lo circundaba, pero donde es más notable este deterioro es en la variedad de peces que habitaban en sus aguas y que tiende a cero; a no ser algunas clarias, ya ninguno de los pescadores de orilla puede regodearse comentando que pescó una trucha o una biajaca, porque debido a la contaminación de las aguas estos peces típicos dejaron de existir.

La corriente de agua continua y caudalosa que percibieron y amaron todos, se va tornando irreconocible y los huéspedes típicos de sus aguas son ahora las jabas de nylon, los animales muertos que la gente lanza al río y los escombros que cada vez roban más espacio al caudal.

Es como a aquel chivo expiatorio que los judíos soltaban en el desierto y que llevaba sobre su lomo todos los pecados del pueblo; si de algo sirve el parangón, el Ariguanabo carga sobre sí toda la inmundicia de San Antonio de los Baños, por lo cual su caudal  es cada vez más pobre. Un día se podría llegar a decir: “Yo soy de donde hubo un río”.

Desde los pequeños puentes de la placita ya ningún muchacho puede mirar los peces, esa imagen corresponde a un Ariguanabo que ya a no existe,  el nuevo es ese que ha construido la indolencia de las autoridades municipales. Y es por todo esto que dista mucho de ser un ornato del paisaje urbano, parece ser más bien un símbolo del deterioro que existe en todo el país.

Artemisa, 8 de diciembre de 2015.

 


 

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