MIENTRAS SE anunciaba en Caracas con resonancias de tambores caribeños, acordeones rusos y cornetas chinas la salida a escena en América Latina de un sistema moderno y democrático bautizado como socialismo del siglo XXI, Venezuela ha instalado, en el curso de los últimos 15 años, una forma de gobierno que responde al esquema del más rancio totalitarismo. No llega todavía a la perfección del estalinismo ni alcanza la densidad de la dictadura de los hermanos Castro. Eso sí, se trabaja para que los maestros se sientan orgullosos.
El país sudamericano, después del paso de Hugo Chávez y ahora bajo el signo de su heredero Nicolás Maduro, avanza resuelto hacia la ruina económica; el poder absoluto de un solo partido; la conversión de los medios de prensa en boletines de propaganda y dispone ya de una nómina de presos políticos para justificar la represión violenta, los muertos y los heridos en las filas de los opositores que se rebelan.
Con este elemento, un grupo de demócratas encarcelados y acusados de terroristas, enemigos del pueblo y servidores de potencias extranjeras, Maduro y su equipo dan los últimos retoques al dibujo del régimen que quieren imponerle a los venezolanos. Quienes se nieguen a aceptar como corderos sus ideas políticas son rivales de los pobres y de los trabajadores, personas llenas de odio sin ideas propias que responden a intereses de grupos de conspiradores que funcionan en otros países. Por lo tanto, merecen la cárcel y el castigo.
El papel principal en ese capítulo de la actualidad de Venezuela le ha tocado al joven político y economista Leopoldo López, que es el coordinador nacional del partido Voluntad Popular, ex alcalde del municipio caraqueño de Chacao y uno de los lideres de la oposición al chavismo.
López fue uno de los dirigentes que encabezó una ola de las manifestaciones de protestas contra el gobierno en febrero pasado. Fue arrestado y está acusado de terrorismo, homicidio y de incendio de edificios públicos. Por esos supuestos delitos el opositor puede ser condenado a 13 años de prisión.
El manual totalitario indica que expresar solidaridad con Leopoldo López y los otros presos políticos venezolanos es declararse enemigo del proletariado y del progreso humano.
Nicolás Maduro sabe que es necesario imponer silencio sobre esos hombres y ponerle cerco a sus familias. Lo aprendió en Cuba, esa escuela de carceleros.