La ruta de las negociaciones secretas y la vocación de diálogo con los representantes del imperio del dólar y el cañón no son patrimonio exclusivo del Gobierno de Cuba. Las conversaciones han inaugurado una nueva etapa entre los dos países en la que el viejo enemigo asume como vecinos aceptables a los jefes de una dictadura militar de más de medio siglo. Pero Nicolás Maduro no iba a ser menos ni se iba a quedar solo en su bronca de taberna con EEUU, y ya conversa también con los estadounidenses en cualquier parte del mundo y a cualquier hora.
Aunque al venezolano se le reconoce una cierta espontaneidad, sobre todo en sus momentos cumbres de torpeza política, algunos observadores aseguran que recibió orientaciones de La Habana para que buscara una mesas y unas sillas para hablar con Washington, lo mismo en Haití que en España, pero que dejara la batalla verbal para casos puntuales y se dedicara a restaurar unos contactos diplomáticos en quiebra desde 2010.
Y así fue. Lo confirmó esta semana, en Madrid, Thomas Shannon, el consejero norteamericano interlocutor oficial de Caracas. Fue Maduro el que buscó «una manera de establecer un canal de comunicación». Estados Unidos, dijo, acepta las conversaciones con interés, “pero reconociendo que hay diferencias entre nosotros y Venezuela”.
Ya está. Los dos contendientes más escandalosos y ácidos de la región normalizan las relaciones, atemperan sus posiciones y entran en el bloque de otros antiimperialistas profesionales como Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega, que nunca han estado en disposición de prescindir de los vínculos comerciales con Estados Unidos. En otra dimensión, Cuba se une a China y Vietnam y pasa, con todas las garantías, al exclusivo club de países con relaciones normales con Estados Unidos en los que los partidos comunistas ya no quieren construir el socialismo, se proponen sobrevivir en el poder.
Los caciques de Cuba y Venezuela pueden llegar, como se ve y como se verá, a pláticas y acuerdos con su poderoso rival ideológico, con el que consideran la desgracia del proletariado mundial. Sin embargo, desde las estructuras del poder son implacables con los cubanos y los venezolanos que piensan diferentes y de manera pacífica trabajan todos los días por la democracia.
Es la clásica actuación del cobarde del barrio. Retórica política para la audiencia cautiva y los huérfanos internacionales del socialismo real, pero oportunismo, sumisión y mano tendida en el fondo para los dueños de los recursos, las inversiones y el dinero. Y represión, golpizas, mítines de repudio y cárcel para los que, perseguidos y acorralados, creen en la libertad.
Tomado de elmundo.es