A través de los años, he tenido la oportunidad de conocer personas que vivieron y padecieron bajo el régimen nazi, algunos inclusive que sobrevivieron los campos de concentración. En Noruega, encontré algunos que habían trabajado en la resistencia al régimen fascista y que habían sobrevivido, y oí hablar de los que habían perecido. Hablé con judíos que se habían escapado de las garras de los nazis y con personas que habían ayudado a éstos a salvarse.
Sobre el terror en los regímenes comunistas de los diversos países he sabido más por libros que por contactos personales. El terror en estos sistemas me ha parecido más agudo, ya que estos regímenes se impusieron en nombre de liberación de la opresión y de la explotación.
En décadas más recientes, la realidad acerca de las dictaduras de hoy se me ha hecho más patente por la visita de personas que vienen de países gobernados por dictaduras, tales como Panamá, Polonia, Chile, el Tíbet o Birmania. De los tibetanos que pelearon contra la agresión del régimen comunista chino, de los rusos que en agosto de 1991 le cerraron el paso al golpe de estado de línea dura, o de los trabajadores tailandeses que con prácticas noviolentas impidieron el retorno del régimen militar, he ido adquiriendo puntos de vista perturbadores sobre la pérfida naturaleza de las dictaduras.
Mi sentimiento de tribulación y ultraje frente a la bestialidad impuesta, así como mi admiración ante el sereno heroísmo de hombres y mujeres increíblemente valientes, a veces se fortaleció cuando visité lugares donde el peligro aún era muy grande y, a pesar de ello, el valor de la gente se empeñaba en desafiarlo. Esto ocurría en el Panamá de Noriega, en Vilnius, Lituania, bajo la continua represión soviética; en Beijing, en la plaza de Tiananmen, tanto durante la manifestación festiva por la libertad como cuando los transportes del primer contingente armado entraron en la noche fatal; y en los cuarteles de la oposición democrática, en Manerplaw, en la “Birmania liberada”.
En ocasiones visité el lugar de los caídos, tales como la torre de televisión y el cementerio de Vilnius, el parque público en Riga donde la población había sido ametrallada, el centro de Ferrara, al norte de Italia, donde los fascistas pararon en fila a los de la resistencia y los fusilaron, y hasta un sencillo cementerio en Manerplaw repleto de cadáveres de los que habían muerto aún demasiado jóvenes. Es triste advertir cómo cada dictadura deja tras de sí una larga secuela de muerte y destrucción.
De estas experiencias y consideraciones me fue creciendo una esperanza muy firme de que sí podía impedirse el establecimiento de las dictaduras, que se podía llevar a cabo una lucha victoriosa contra ellas sin provocar una carnicería masiva, que sí se podían destruir las dictaduras y evitar que surgieran otras nuevas de sus propias cenizas.
He tratado de pensar minuciosamente acerca de los métodos más efectivos para desintegrarlas con éxito y con el menor costo posible en vidas y sufrimientos. Para ello he repasado mis estudios de muchos años sobre las dictaduras, los movimientos de resistencia, las revoluciones, el pensamiento político, los sistemas de gobierno y, especialmente, sobre la auténtica lucha noviolenta.
El resultado de todo eso es esta publicación. Estoy seguro que dista mucho de ser perfecta. Pero quizás ofrece alguna orientación que apoye tanto el pensamiento como la planificación tendientes a producir movimientos de liberación que resulten más poderosos y eficaces de lo que serían de haber sido otro el caso.
Tanto por necesidad como por opción libre, este ensayo enfoca el problema genérico de cómo destruir una dictadura y cómo impedir el surgimiento de una nueva. No puedo realizar un análisis detallado y dar una recomendación precisa en cuanto a un país determinado.
Sin embargo, espero que este análisis genérico sea útil a los pueblos que, desafortunadamente, todavía en demasiados lugares tienen que enfrentarse con las realidades de un régimen dictatorial. Necesitarán examinar la validez de este texto en cuanto a su situación específica y determinar hasta qué punto las principales recomendaciones son aplicables, o si puede hacerse que lo sean, para su lucha de liberación.
He incurrido en varias deudas de gratitud durante la redacción de este ensayo. Bruce Jenkins, mi ayudante especial, ha hecho una contribución inestimable al identificar los problemas en cuanto a su contenido y presentación, y, mediante sus agudas sugerencias, en cuanto a una exposición más clara y rigurosa de las ideas más difíciles (en especial en lo tocante a estrategia), a la reorganización estructural del texto y al mejoramiento de la edición. Estoy también muy agradecido a Stephen Cody por su asistencia editorial. El Dr. Christopher Kruegler y el Sr. Robert Helvey me brindaron su importante crítica y consejo. Las Dras. Hazel McFerson y Patricia Parkman me suministraron información sobre las luchas en Africa y América Latina respectivamente. Aunque este trabajo se ha beneficiado por un tan noble y generoso apoyo, únicamente yo soy responsable del análisis y las conclusiones que contiene.
En ningún lugar de este trabajo asumo que el desafío contra los dictadores será una empresa fácil y poco costosa. Todas las formas de lucha tienen sus complicaciones y costos. El combate contra los dictadores por supuesto causará bajas. Sin embargo, espero que este análisis estimulará a los líderes de la resistencia a considerar estrategias que puedan incrementar su poder efectivo y al mismo tiempo reducir el nivel relativo de bajas.
Tampoco se interprete este análisis como que cuando se acabe con una dictadura específica todos los demás problemas habrán desaparecido. La caída de un régimen no trae por consecuencia una utopía. Más bien abre el camino a un trabajo ingente y a esfuerzos denodados a fin de construir unas relaciones políticas, económicas y sociales más justas y erradicar otras formas de injusticia y opresión.
Es mi esperanza que este breve examen de cómo puede desintegrarse una dictadura sea útil en cualquier lugar donde la gente vive dominada y desea ser libre.
(Prefacio a De la Dictadura a la Democracia…)
Gene Sharp
6 de octubre de 1993
The Albert Einstein Institution
36 Cottage Street
East Boston, Massachusetts, 02128
USA