En la niñez, los niños de Quivicán, como todos los fiñes del mundo, hacíamos negocios los unos con los otros. Por ejemplo, si tenías dos trompos, le decías a otro que tenía dos revólveres de fulminante: Te cambio un trompo por uno de tus revólveres.
Si el otro aceptaba el cambio, éste cogía uno de sus revólveres por la culata, mientras el otro agarraba uno de sus trompos con una mano. Ambos, a la vez, con tremenda desconfianza y precaución, acercaban lentamente, el uno hacia el otro, la mano que contenía el objeto a negociar. Los dos, que, en el futuro, casi seguro hubiesen sido magníficos y exitosos negociantes, si no hubiese llegado el castrismo a Cuba, proferían, a coro, una escueta frase, jurídica y éticamente moral, y a prueba de todos los convenios internacionales entre países, que era la siguiente:
¡DANDO Y DANDO!
El pasado 16 de junio, en su histórico y emotivo discurso pronunciado ante cientos de cubanos en Miami, el presidente Trump, ha puesto el punto sobre las íes en la nueva política que su administración llevará a cabo con el régimen de La Habana, destinada a empoderar al pueblo cubano, y a presionar a la dictadura que lo oprime desde hace casi sesenta años, para que, entre otras cuestiones de principios, permita la constitución de nuevos partidos, autorice y promueva la celebración de elecciones libres, libere a los presos políticos, y restablezca la libertad de expresión y de reunión.
En mi opinión, la Unión Europea, que el próximo mes de julio cerrará, con la firma de los 27, el Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación con La Habana, debe tener muy en cuenta, la frase que los niños de Quivicán, y Trump, utilizamos en una negociación trascendental:
¡DANDO Y DANDO!
Madrid.