Para quienes observan sin lentes oscuros o cristales graduados la realidad cubana los cambios que se aprecian dentro de la isla en el universo de la libertad de expresión tienen que ver con fuerzas ajenas a la voluntad del régimen. Hablo del paso implacable del tiempo, los avances de la ciencia y la tecnología y la acción directa de la sociedad civil.
Los funcionarios policiales, represores primitivos del periodismo independiente que surgió en la década de los 90 del siglo pasado, se han visto obligados a darle un giro a su trabajo. Ya no hacen nada con confiscar máquinas de escribir, fax, ordenadores, hojas en blanco, bolígrafos chinos o con meter a unos cuantos en las celdas de castigo.
No, esos métodos son inútiles. Ahora tienen que evitar que los profesionales de las comunicaciones, periodistas y blogueros, puedan acceder a Internet. Y, lo que es más grave, ellos y sus jefes deben trabajar las 24 horas del día y censurar a degüello los medios libres que entran a Cuba por esa vía para que la población no sepa nada del mundo que la magia de los satélites puede deslizar de San Antonio a Maisí.
Nada de esto quiere decir que se haya desechado definitivamente el asalto a las viviendas de los periodistas y blogueros, el robo de instrumentos de trabajo y las golpizas, ni que se haya descartado el persuasivo candado chino de los calabozos. Se trata de que la prioridad es la batalla para de que los comunicadores no utilicen Internet para hacer su trabajo y que los ciudadanos sigan presos en las historias de los panfletos oficiales.
Otro asunto difícil para la policía es que los reportajes, artículos de opinión y piezas noticiosas que escribe el periodismo alternativo aparece en cualquier punto del país porque es un movimiento que crece, se arraiga, se hace más profesional y está formado por una mayoría de jóvenes preparados para contar la vida diaria sin anestesia y con habilidades también para sortear las trampas de la policía.
El lenguaje directo y abierto de esos periodistas y la manera de abordar los temas que realmente tienen interés tanto dentro como fuera de la Isla, los distancia obviamente de la cantaleta de los escribidores gubernamentales que deben poner en formatos periodísticos el discurso muerto del socialismo.
Con todo este panorama delante me gusta releer al maestro Ryzard Kapusciski (1932- 2007), autor del libro Los cínicos no sirven para este oficio.
El gran comunicador polaco, que sobrevivió a 27 revoluciones, reportó desde 12 frentes de guerra y fue condenado a muerte cuatro veces, pensaba así de su trabajo: “El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo obviamente del buen periodismo”.