Alberto Reyes Pías es sacerdote de la en la ciudad de Güaimaro en Camagüey Cuba su activa participación en la formación de jóvenes le ha causado mas de un problema con las autoridades cubanas en el año 2003 su nombre aparece ligado a los opositores detenidos en la primavera de ese año en un libro publicado por los periodistas cubanos Rosa Mirian Elizalde y Luis Baez titulado Los Disidentes. Alberto Reyes Pias Ha publicado recientemente en Madrid su testimonio “Historia de una Resistencia” editado por la editorial Voz de Papel.
Crónicas Caribeñas IV.
Entre la visita del Papa y Semana Santa.
Benedicto y “estos benditos”.
Que un Papa visite un país es siempre un acontecimiento y requiere que se preparen muchas cosas, pero en Cuba la visita de un Papa implica un diálogo muy escabroso entre la Iglesia, que es en definitiva la que invita, y un Gobierno que busca controlarlo absolutamente todo.
El Papa no venía a Camagüey, y para nosotros el sitio más cercano era Santiago de Cuba, con lo cual ya teníamos el primer problema: transporte.
En Cuba el transporte es muy precario. Hay una película cubana, “Lista de espera”, donde uno de los personajes le reza a la Virgen y le dice: “Virgencita, si tú nos mandas comida yo te prometo ir a Cobre a pie”, luego titubea y agrega: “no, en tren, que se pasa más trabajo”.
Para poder mover una masa de personas a Santiago, había que negociar con el Gobierno, porque tanto los autobuses como el transporte ferroviario es estatal. La primera propuesta del Gobierno fue alquilarnos autobuses a precio de “Viazul”, que es el transporte en moneda convertible o CUC. Eso significaba que cada persona tendría que haber pagado 66 CUC (1584.00 pesos), cuando el sueldo promedio de la gente está entre 200 y 500 pesos al mes. Por supuesto, se dijo que no. Luego lo rebajaron a 18 CUC (432.00 pesos), y también se dijo que no. En fin, que cuatro días antes de la llegada del Papa no se sabía si habría autobuses o no. Al final cedieron algunos autobuses y no cobraron, y pusieron también un tren que iría recogiendo los pasajeros previstos en distintos puntos.
Como yo no sabía si habría autobús del Gobierno, hablé con un camionero para irme con los jóvenes un día antes, y me fui a la base de transporte y alquilé un precario autobús de 29 plazas, que era el que estaba disponible.
Luego supe que habían asignado a Guáimaro un autobús para 45 personas.
Todo el discurso verbal de esos días con las autoridades era de colaboración y respeto, pero en la práctica, se tenía la sensación, desde el principio, de que éramos nosotros los invitados, que en todo momento el protagonista era el Gobierno. Para empezar, nos pidieron el listado de las personas que irían en el autobús y, en un proceso muy escabroso de “ahora sí, luego no”, me vetaron el autobús que había alquilado y pagado en la base de transporte. ¿Por qué?, pues porque alguien desde arriba dijo que no. El chico de la base de transporte estaba indignado y dolido, pero no podía hacer nada. Me devolvió el dinero y dijo que no hablaba más porque tenía hijos que alimentar.
Con los camiones fue una pesadilla: que si tenían que pasar revisión técnica, que a qué hora salíamos, que entregáramos el listado de los que irían…, en fin.
A los disidentes de Guáimaro, como al resto de los disidentes conocidos del país, se les prohibió expresamente ir a la plaza. En Guáimaro no hubo “detenciones preventivas” pero sí en otros muchos sitios.
El domingo 25 por la mañana, terminé la Misa y me preparaba para salir en el camión con mis jóvenes, cuando llegaran otros tres camiones de varios puntos de la diócesis (Guáimaro es la última parroquia de la Diócesis si se va hacia Santiago, y paso obligado del transporte automotor). El que atiende asuntos religiosos apareció para preguntarme si todo iba bien. Le dije que sí y se me ocurrió comentarle: “Bueno, algunos del autobús han fallado pero ya tenemos reemplazo”. A lo que él me dijo: “No, no, pero al autobús sólo puede subir el que esté en lista”.
Me sentí hervir la sangre. Me sentí esclavo, y por supuesto, me le encaré. “¡PUES NO!, ¡en el autobús van a ir 45 personas, estén en lista o no. Lo más que puedo hacer es imprimirte ahora mismo la última versión que tengo de la lista, pero si a última hora alguien se borra, irá otro en su lugar, ESTÉ EN LA LISTA O NO!”.
Me revientan estas cosas, con lo que uno tiene que cuidarse el corazón a cierta edad!!!
Yo entiendo que la preocupación de ellos está en que no vaya a colarse en el grupo ningún disidente fichado, pero la sensación de control es realmente asfixiante.
En fin, que salimos para Santiago y todo fue bien.
El día 26, era evidente que la plaza estaba tomada por agentes de seguridad. Alrededor de los participantes había cordones de personas de seguridad, que contrastaban con la alegría general tanto por su aspecto serio y amargado como por su mal carácter. Cuando alguien tenía necesidad de atravesar el cordón lo trataban mal e incluso le impedían salir. Una de las chicas de Guáimaro, embarazada, tuvo que aguantar los deseos de ir al baño todo el tiempo, porque no la dejaban llegar a los servicios.
Por otra parte, mucha gente fue a la plaza obligada. Los convocaron por los centros de trabajo y les dijeron que como no fueran a la plaza les descontaban el día, y a los niños los convocaron en las escuelas para llevarlos a sitios donde tenía que pasar el Papa y luego los llevaron a la plaza. De hecho, el arzobispo de Santiago emitió una nota diciendo que ese no era el modo, que ir a la plaza tenía que ser una opción libre.
Cuando subí al presbiterio, tenía ante mí una visibilidad perfecta, porque quedé justo en la esquina, a la derecha de donde estaba el altar. Muchos me han dicho que si le pagué al camarógrafo porque a mí y a dos curas más que estábamos allí nos sacó todo el rato antes de que llegara el Papa.
Casi diez minutos antes de la llegada del Papa, cuando ya Raúl Castro estaba en la plaza, un joven salió corriendo y gritó: “¡Abajo el comunismo!, ¡abajo la dictadura!” No tuvo tiempo de gritar nada más. Enseguida lo agarraron mientras un grupo empezó a corear: “¡Cuba, Cuba, Cuba…!” Yo pude verlo todo porque desde donde estaba la visibilidad era perfecta.
Se lo llevaron dándole golpes. Luego se sabría que un joven vestido de Cruz Roja (a saber si había pisado alguna oficina de Cruz Roja en su vida) le pegó con la misma camilla. Después vi como se lo llevaban, atravesando la calle desierta por la que minutos después aparecería el Papa.
No sé qué efectos pastorales quedarán luego de la visita de Benedicto XVI, pero yo me he quedado con una sensación muy desagradable de control por parte del Gobierno, que monopolizó todo. De hecho, hubo una disculpa por televisión porque una de las comentaristas habló de la “visita del Santo Padre por la invitación del Gobierno cubano”, y minutos después rectificaron diciendo que era la invitación de la Iglesia. Pero en el fondo, el Gobierno ha tratado todo como algo suyo, atando todos los cabos, controlando hasta el último centímetro. De hecho, tanto en los autobuses como en los trenes había personas del gobierno y civiles puestos allí por los mecanismos de seguridad.
Somos un pueblo maniatado, y lo peor es que, de momento y aunque los caminos de Dios son impredecibles, no se ve la luz al final del túnel.
Semana Santa… y guerrera.
La Semana Santa empezó muy bien: con gripe. Evidentemente, Dios quiere que yo me convenza de que Él es quien está al mando. Siempre, justo antes de Navidad y de Semana Santa, algo coordinado, medido, planificado, asegurado y demás ado se des-ado. Suele ser el coche, que por mucho que lo cuide siempre falla dos días antes de los momentos de más trabajo pastoral en el año y me pone a correr. Esta vez, ¿qué fue…?, ah sí, nada importante: se partió una manguera y me quedé sin frenos. Pero sé ve que como el arreglo estuvo muy pronto y yo sonreí con aires triunfales de “todo bajo control”, mi buen Dios se dijo: “Pues para que el cura ese no se piense que las cosas salen bien porque él las planifica, mandémosle una buena gripe que le comience justo el sábado antes del domingo de Ramos”. Y como diría el Génesis: “Y así fue…, y amaneció, y anocheció…, y llegó el domingo de Ramos”.
Conseguir los ramos este año ya fue un poco rollo, porque el señor que antes me los traía se murió y desde el más allá dijeron que no le daban permiso de retorno. Su hijo, que lo había sustituido en la labor, había empezado con dolores de columna y estaba inactivo; así que se inició la búsqueda de un “desmochador” que cortara los ramos el sábado antes del domingo de Ramos. La búsqueda tuvo éxito por fin el viernes a eso de las 11.00 de la noche, y pudimos empezar la Semana Santa como Dios lo permite en el Caribe, donde no hay olivos sino palmas reales.
Desde el inicio había nubarrones en el horizonte, porque el Miércoles Santo era el 4 de abril, “Día de los pioneros”, una fiesta nacional para los niños cubanos y el inicio de la “Semana de la Cultura” en Guáimaro, que debía durar hasta el día 10, aniversario de la firma de la primera constitución de la República, porque en mi querido Guáimaro se firmó la primera constitución de la República en armas cuando nos dio por pelearnos con España sin ni siquiera imaginar que unos años después estaríamos suplicando en masa la ciudadanía española.
La “Semana de la Cultura” es famosa porque, entre otras cosas, hay música de la mañana a la noche, y la iglesia está justo al lado del parque central, uno de los sitios privilegiados para el musiqueo. Previsoramente, escribí una carta al Partido adjuntándoles un programa de las actividades de la semana y recordándoles que la Semana Santa era la semana más importante en el año para los cristianos, que sugería que las fiestas se desarrollaran en otra parte del pueblo llamada “La Feria” (que tiene incluso mejores condiciones) pero que si se escogía el parque, se respetaran los horarios de las misas porque era importante que las celebraciones se hicieran con el debido silencio.
Hasta aquí, todo bien, incluso una de las responsables de los actos culturales estuvo a verme para pedirme otro programa de la semana y cuando hablamos me dijo que lo único que veía como problemático era que el miércoles había planificado una actividad en la noche con niños y que no podía empezar muy tarde. Ese día yo tenía previsto la proyección de una película y le dije que pondría el audio alto para que aunque hubiera actividad en el parque no interfiriera la película. Y aparentemente quedamos en paz. Luego empezó la Semana Santa de verdad.
Pastoralmente fue muy buena. Mi estilo es celebrarlo todo en todos los pueblos y para ello me agencio de un equipo de misioneros a tiempo completo, dos por pueblo. Empezamos el día rezando laudes con la comunidad, a las 7.00 am, luego media hora de adoración eucarística, después desayuno breve y un encuentro también muy breve para que cada pareja de misioneros comente cómo les fue el día anterior y dejar planteado el día siguiente. Luego se reparten los materiales que hagan falta en ese momento y después se sale para los pueblos, a misionar o a hacer las celebraciones. En este momento tenemos, además de la comunidad madre, 7 comunidades en tres direcciones distintas, con lo cual sobre las 9.30 am salían tres autos en las tres direcciones llevando a los misioneros. Que nadie pregunte cuánto hemos gastado en gasolina…
La respuesta de las comunidades fue estupenda. Además, todo el mundo estaba contento porque, por primera vez después del 59, el Viernes Santo volvía a ser feriado. Yo iba hora un pueblo, hora al otro, y siempre por las noches en Guáimaro. Sin embargo, como en todo buen evento, siempre está…
Lo que usted no vio…
Para empezar, me pasé la semana dando vueltas por el parque pidiéndole a los que ponían la música que la quitaran para poder empezar las celebraciones litúrgicas. El cubano es muy receptivo, con lo cual no se vuelve loco porque en tres puntos diferentes de un mismo parque esté sonando una música distinta, compitiendo además para ver cuál es la primera que te rompe los tímpanos. El Partido y todos los acuerdos hechos brillaban por su ausencia. Aún así y a pesar de varias malas caras con este cura pesado rompe música, la gente fue bastante dócil y apagaban los equipos.
Así llegó el Viernes Santo y empezó, con toda solemnidad, a las tres de la tarde, el santo Via Crucis representado por mis jóvenes. Yo, que había estado dopándome por la gripe, empezaba a sentirme mejor y junto a una de las jóvenes hacía de locutor. Mi voz, por efecto del proceso gripal, me salía más grave que de costumbre, y aquello cogió una solemnidad impresionante. Así las cosas, llegó el momento en que “Jesús es despojado de sus vestiduras”, y así fue, los brutales soldados le arrancaron la ropa a Jesús, que quedó cubierto sólo por un taparrabos muy decente y un descomunal reloj dorado en su muñeca. ¡Trágame tierra!
Para más INRI, nunca mejor dicho, al ponerlo en la cruz no lo alzaron sino que lo dejaron sobre la cruz en el suelo, con la mano del reloj vuelta hacia el público y robándose el primer plano.
Poco después, llegó la estación en la que “Jesús es bajado de la cruz”, algo sencillo, pero con el inconveniente de que no aparecieron en escena ni soldados ni discípulos y mi Jesús, diligentemente y a pesar de estar muy muerto, se movió él solito y se bajó de la cruz, quedando en el piso y con la cabeza apoyada en su dolida madre. Aún así, y teniendo en cuenta que la corona de espinas tiene que ser realmente muy molesta incluso cuando uno está muerto, se acomodó la corona para que no lo pinchara y se volvió a morir. Yo no infarté, pero tengo previsto hacerme un electro cardiograma, por si acaso.
Otro capítulo fueron mis monaguillos, a algunos de los cuales los llamamos, cariñosamente, “torpedos”, por aquello de torpe, se entiende.
Las cosas habituales y que yo no logro hacer que entiendan, se repitieron. Por ejemplo, siempre cogen las vinajeras por el asa y me las dan al revés, esperan hasta el último momento a que yo diga “oremos” y entonces se levantan con todo el glamour del mundo para buscar el libro, si el micrófono hace algún pitido se nos pueden reventar los oídos que si yo no les digo que lo acomoden no se mueve nadie…, en fin, lo de siempre. Pero el Sábado Santo por supuesto, tenía que ser diferente.
Al momento del aleluya le digo a uno de mis acólitos que me ponga el ritual del bautismo en el ambón, donde estaba el leccionario para leer el Evangelio. Mi querido acólito, obediente y creativo, llevó el ritual hasta el ambón y retiró el leccionario. Imagino que pensó que yo diría el Evangelio de memoria. Llego al ambón, me vuelvo y le digo: “el libro”. Y éste agarra el libro de la sede, donde están las peticiones. “NO, EL OTRO”, y aquel suelta el libro de la sede y agarra el misal, que es el libro de las oraciones de la misa. Bien, a esa hora y terminado el canto del aleluya preferí ir yo mismo y recuperar el leccionario, aguantándome para no metérselo en la cabeza.
Pero eso no podía ser todo. Llegó el momento del bautizo de los catecúmenos. Bueno, que pidas un óleo y te traigan solemnemente otro, aunque aquí todo el mundo sabe leer y los recipientes están marcados, eso es ya más de lo mismo. Son los momentos en que el cura, “solemnemente” y sintiendo cómo toda la musculatura pectoral se le contrae, devuelve el óleo erróneo y pide también “solemnemente” el otro.
Yo estaba delante de la comunidad con mis acólitos a derecha e izquierda. Llega el momento de la renuncia al mal y todo muy bien, renunció hasta el gato. Acto seguido pregunto: “¿Ustedes creen en Dios, Padre todopoderoso…? Y con voz clara y potente dice mi monaguillo de la izquierda: “¡Renuncio!” Son los momentos en los que dan ganas de volverse y decirle: ¿”Te puedes poner para la cosa, so idiota?”
Este Sábado Santo, ciertamente, fue muy intenso, porque no os he contado lo mejor. Llegué a Guáimaro con los minutos contados luego de celebrar la Vigilia en otro pueblo, para descubrir que había fallado el transporte que habíamos previsto para traer, desde un pueblo cercano, a varios catecúmenos y a sus familiares, junto a otros fieles. El señor que contratamos debía haberlos recogido a las 10.00 de la noche. Cuando lo coordinamos, me dijo que no habría problemas porque él sólo tenía ese día el compromiso de recoger en Camagüey, a 80 km de Guáimaro, a una señora que venía de los EEUU y que llegaba a las 4.00 pm. El problema fue que a dicha señora la retuvieron en el aeropuerto y la liberaron casi a las 10.00 pm, y él no pudo avisarme.
Así pues, cuando llegué a Guáimaro ya algunos de la comunidad se habían motorizado y habían empezado a ir a recoger a los de ese pueblo, pero aquí casi nadie tiene coche, y todavía faltaba gente por llegar.
Revisé que todo estuviera en orden para empezar la Vigilia en cuanto llegaran los últimos y, entre otras cosas, me fui a pedir que quitaran la música que, en ese momento, atronaba el ambiente con un ritmo de última degeneración y que decía: “Yo soy un loco sexual y ando buscando una loca sexual”. El parque pululaba de jóvenes. Me fui al de la música y le dije que había que quitar la música porque iba a empezar la Misa. Me dijo que no, que “los de cultura” no le habían dicho nada de Misa. Pregunté dónde estaba “el de cultura” y me fui a verlo, ya molesto. Es un chico que yo conozco y le dije: “Mira, lo siento, pero tienes que parar la música, porque yo no voy a empezar a celebrar la resurrección de Jesucristo oyendo de fondo ‘soy un loco sexual’”. Se levantó, fuimos al que ponía la música y la apagó. Prefiero no repetir lo que empezó a decir aquella marea de gente, mientras se disolvía.
Luego tuve que hacer el mismo proceso con otro equipo de música ubicado un poco más lejos y, por fin, empezamos la Vigilia con pleno silencio cerca de las 12.00 de la noche. Después de las lecturas, empecé solemnemente mi homilía hasta que unos minutos después fui interrumpido por sonidos de batería y guitarras eléctricas: empezaba un concierto de rock. Intenté continuar a pesar de ello, pero evidentemente no podía. El concierto se hacía a menos de 100 metros de la puerta de la iglesia y era imposible ignorarlo. Yo no sé si dentro de mí ardió el fuego del Espíritu o alguna otra cosa extraña, pero algo me dijo que tanto yo como la comunidad teníamos derecho a aquella noche.
Con todos los ornamentos encima me bajé del presbiterio y salí de la iglesia, seguido de unos cuantos fieles (defensores o chismosos, eso no lo puedo determinar), llegué al sitio del concierto, me subí a la tarima y le arrebaté el micrófono al cantante, y exploté: “¡LO SIENTO –dije con toda la fuerza que mi gripe me permitía-, LO SIENTO PERO NO PUEDE SER. ESTA ES LA NOCHE DE LA IGLESIA, ES LA NOCHE MÁS IMPORTANTE EN EL AÑO PARA LOS CRISTIANOS, Y LO SIENTO, PERO NO PUEDE SER!
Evidentemente, nadie se esperaba esto. Soy un cura buena gente que se lleva bien con todo el mundo, incluso con los muchachos que estaban tocando. La esposa de uno de ellos, desde el escaso público de esa hora, se me encaró: “¡Hemos esperado hasta la una de la mañana para poder empezar!”.
“ME DA IGUAL. YO NECESITO SILENCIO HASTA QUE TERMINE. YO HE HECHO LO QUE TENÍA QUE HACER, HE ESCRITO AL PARTIDO, LE HE DADO EL PROGRAMA, HE HECHO TODO LO QUE TENÍA QUE HACER – y repetí- ESTA ES LA NOCHE MÁS IMPORTANTE PARA LOS CRISTIANOS DE TODO EL MUNDO, ESTA ES NUESTRA NOCHE, Y LO SIENTO, REALMENTE LO SIENTO, PERO NO PUEDE SER”.
Me bajé del escenario y me fui. Dicen que detrás que mí casi estalló una guerra campal entre algunos de la comunidad y los que estaban allí, que se dividieron en detractores y defensores del cura, pero al final los músicos recogieron sus instrumentos y se fueron.
Yo regresé al sitio desde donde estaba predicando. Evidentemente, era una situación incómoda. Empecé diciendo: “Lo siento, pero esta es nuestra noche”. Yo no pretendía aplausos, pero el modo en que la comunidad lo hizo me dio a entender que aprobaban lo que había hecho.
Antes de que todo empezara, yo estaba predicando sobre lo que como Iglesia podíamos ofrecer a toda esa gente que no conoce la fe, y desde allí me reconecté, diciendo que el hecho de que defendiéramos nuestro espacio no significaba cerrarnos a nadie, y que si esta misma noche alguno de ellos necesitaba ser llevado al hospital, o lo que fuera, tenía que saber que podía contar con nosotros.
Por supuesto, ahora soy odiado por los de cultura. Yo no tengo nada contra ellos porque la responsabilidad de todo esto no es de ellos sino de los organizadores. Por eso, antes de dejar el pueblo el domingo, una vez que terminé las celebraciones, fui a ver al responsable del grupo para decirle que quería reunirme con ellos, que entendía que estuvieran muy molestos conmigo pero que yo no tenía ningún problema con ellos y que quería escucharlos y también explicarles mi punto de vista.
Y por supuesto, antes de irme pasé por el Partido y dejé una pequeña cartita diciendo que quería reunirme con el funcionario que atiende asuntos religiosos y con el responsable de cultura, porque ahí sí tengo algunas cosas que decir.
En fin, esto es Cuba 2012. Emocionante, pero desgastante. Ahora me he cogido unos días para estar solo y descansar. Ya volveremos a la lucha en unos días, y ya os contaré.
Por: Alberto Reyes Pías sacerdote cubano de la parroquia de Güaimaro Camagüey