El totalitarismo tiene el poder mágico de dejar a los países sin pan, sin libertad y sin porvenir. Ese es su carnet de identidad universal. Así ha pasado a la historia y con esa obscena facultad sobrevive en las naciones que lo padecen o sufren algunas de sus variantes políticas. Pero es muy importante dejar constancia de que también mata las palabras y empobrece el idioma.
En el caso de Cuba, por ejemplo, el lenguaje gubernamental se ha impuesto de manera absoluta y tiene invadido, con consignas y disparates, el lenguaje privado.
Como es un poco hiriente para el proletariado que sus ilustres líderes tengan empleados domésticos en las mansiones donde descansan después de sus largas jornadas de trabajo político, para no decir la palabra «sirvienta» o «criada» se usa este rodeo: «La compañera que ayuda en la casa».
Con esa categoría de trampas se ha impuesto una jerga que domina la comunicación en la sociedad. Aunque es cierto que en algunos sectores populares y marginales, por fortuna, continúa vivo el espíritu creador del habla cubana. En la calle se le llama «teque» a los discursos políticos e «iria» a la comida y, mientras que para el oficialismo, Fidel Castro es El Caballo, la gente de a pie le dice Guarapo.
Los venezolanos están ahora también bajo esa tormenta que arrasa con el uso normal del español. Así, los ciudadanos que no están de acuerdo con el chavismo son llamados «escuálidos» por los chavistas y por la prensa gubernamental.
Los intelectuales han reaccionado ante este fenómeno con análisis contundentes y racionales porque relacionan directamente la crisis económica, política y social que vive el país con el empobrecimiento creciente del castellano que se usa en la vida diaria.
El escritor Luis Alfonzo Herrera asegura que la lengua en Venezuela se «ha llenado de insultos, palabras inventadas, lugares comunes, frases vacías y eufemismos. El estado actual de la lengua en uso es decadente, lo que la inhabilita para lograr objetivos como comunicar, informar, persuadir, conmover o juzgar».
Para el escritor, uno de los efectos derivados de la instauración de la «lengua totalitaria» es promover verdades oficiales para manipular el pasado y el presente, imponer un pensamiento único y abolir las instituciones que garantizan la alternancia del poder, la propiedad privada y la libertad individual.
La investigadora Gisela Kozak entra en el asunto con una frase clara y definitiva: «Casi 20 años de chavismo nos han convertido en un país tartamudo, de consignas, sin pudor ante la cursilería más pedestre».
Añade Kozak que nunca el pueblo ha sido simultáneamente tan ensalzado y despreciado como en esta época por políticos de cualquier signo. «Me preocupa que la lengua del futuro no esté en las bocas de mis líderes pues se apropian de los lugares comunes chavistas. Vocablos como ‘progreso’, ‘progresismo’ y ‘progresista’, ‘misiones’ y ‘los controles necesarios’…»
«La cháchara del Gobierno contra todo aquel que no fuera muy pobre en 1998 ha tenido efecto en la oposición, que parece creer que los pobres son millones de personas con el estómago vacío pero sin deseos, valores o propuestas», dice la señora Kozak.
Los cubanos y los venezolanos han perdido lo más importante que es su libertad. Como dijo aquel viejo poeta del Caribe: se han quedado sin pan y sin palabras.
Tomado de El Mundo.