NO IMPORTA el follaje de los atajos que han tomado, ni lo enrevesada que pueda ser la serventía. Hay paciencia, creatividad y oficio para trabajos sucios en todos los dominios. Lo mismo zurcen una constitución que compran tres generales y le facilitan a un empresario amigo la venta de un periódico importante. El grupo de la izquierda radical de América Latina que está en el poder trabaja sin sosiego por alcanzar la vieja ilusión que va como infarto en su ideología: gobernar sin oposición y sin prensa.
Lo dicen, lo proclaman en sus momentos de emoción proletaria cuando viajan y tocan el paraíso de sus sueños, Cuba, una isla donde sus compañeros de ideas, sus padres, llevan más de medio siglo al mando con la oposición en las cárceles, en el exilio o recibiendo palizas semanales y los medios de comunicación convertidos en panfletos edulcorados y risueños.
Les enorgullece soñar con una dictadura arruinada para sus países porque los caudillos contaminados por el totalitarismo no buscan el progreso y la libertad. Quieren, como otros muchos dirigentes políticos de aquella región, la permanencia en los palacios con sus partidos únicos y su voluntad como programa de gobierno. La cualidad que más admiran de Fidel y de Raúl Castro es que han envejecido sin moverse de sus tronos, a la fuerza, en un país pobre y cautivo.
En la lista de esos ejemplares que sienten un fervor especial por el régimen castrista están, desde luego, Daniel Ortega, Evo Morales y Rafael Correa. Pero el más entusiasta fanático copiador del socialismo caribeño es Nicolás Maduro, el hombre que heredó de Hugo Chávez una Venezuela dividida y en bancarrota con perfil de provincia cubana en la lejanía del sur.