La semana recién concluida ha dejado una atmósfera de impotencia y amargura en el ánimo de los libreros de la Plaza de Armas, en la Habana Vieja. Estos vendedores de libros de uso o antiguos no solo deben enfrentarse a los altos impuestos que pagan, unos 50 cuc. al mes, equivalentes a 1250 cup., sino que también deben hacerlo a las cada vez más difíciles condiciones en que ejercen su oficio como: la escasez de un turismo solvente e interesado en la literatura nacional, que tuvo su momento de esplendor a finales de los noventa y a comienzos del presente siglo.
Pese a los altos impuestos que pagan no siempre se respeta su espacio ni la labor que realizan, cosa que se pone de manifiesto cuando el régimen sin necesidad aparente organiza actividades en la Plaza de Armas, pues cuando eso sucede los libreros no pueden colocar sus estantes en la llamada calle de madera frente al Palacio de los Capitanes Generales; ni si llueve proteger su mercancía de papel tan sensible al agua en el amplio portal de dicha construcción ni en el del museo de Ciencias Naturales. En ocasiones estas prohibiciones llegan al extremo de no permitir que se coloquen en el espacio acostumbrado si hay actividades culturales de las instituciones del Estado.
En los últimos tiempos los libreros hacen su trabajo bajo una atmósfera hostil. La semana que recién concluye es testimonio de ello, pues no pudieron trabajar el lunes y el martes debido a la presencia en Cuba de una alta figura política y a la posibilidad de que pudiera visitar la Plaza de Armas.
Al gobierno parece no agradarle la imagen que inspiran estos libreros con sus afiches, viejas fotografías y libros de uso, ya que no la consideran decorosa ni digna de la Revolución. Como si estas vicisitudes no bastaran, tampoco pudieron trabajar viernes, sábado ni el domingo porque las autoridades decidieron escoger los alrededores de la Plaza de Armas para realizar algunos ejercicios.
Era desoladora la imagen este sábado de una Plaza de Armas sin libreros, sin sus puestos de revistas y libros, porque para el público que pasa por este lugar la presencia de ellos es una de las cosas que da vida y atractivo al lugar, convirtiendolo en uno de los sitios más pintorescos de la Habana Vieja.
Muchos habaneros no conciben la existencia de la vieja plaza sin la presencia de los estantes de libros, sin los posters cinematográficos, sin los viejos billetes de antes del 1959, sin las antiguas revistas cubanas del mundo del espectáculo y sin las borrosas fotografías de los actores y actrices que llenaron el imaginario de los abuelos y abuelas del tiempo de la República.
Pero la burocracia militar que le renta este espacio a los libreros no repara ni tiene tiempo para tales nostalgias, tampoco cree en ellas. Cada vez son más los obstáculos que crea al trabajo de estas personas, aun cuando el General Presidente ha hablado una y otra vez de cambiar la mentalidad.
“Aquí parece que uno paga impuestos para tener el derecho de sentirse mal “es una frase recurrente en la Plaza de Armas, o aquella de que “El gobierno nos ve como si fuéramos bandidos” y al parecer es cierta esta apasionada afirmación, pues desde una de las publicaciones culturales más importantes de Cuba “El caimán barbudo”, se les define como mercachifles por el periodista Ángel Marqués Dolz, que hace una descripción pormenorizada de la Plaza de Armas y de sus libreros, donde desde el mismo título: “El pasado que se vende”, se evidencia la animosidad del autor por estas personas.
Casi al final de su artículo Ángel Marqués escribe “Nacido en y de la crisis de los noventa, este mercadillo es, por sobre todo una de sus muchas caras, mostrador y expolio del patrimonio”.bDe este número 387 de la Revista, cayó sobre el ánimo de estos libreros y libreras como el clásico balde de agua fría.
“Dime tú ahora también somos mercachifles, ese periodista con su escrito lo que esta es acabando con nosotros y con la comida de nuestras familias”,” Esas fotos que salen en el artículo son viejas de hace más de un año”, dijo una de las mujeres que trabaja allí en la Plaza.
Para estos libreros cada día es una aventura nueva e incierta, sienten que una atmosfera hostil se cierne sobre ellos, solo quieren que los dejen trabajar tranquilos.
La Habana, 30 de mayo de 2015