En el lenguaje popular, se denominan caballiteros las personas que tienen un gusto desmedido por los caballos. La imagen del caballitero es inconfundible, sombrero o gorra sobre la cabeza, jeans, botines y llamativos cinturones. También se les reconoce por los lemas que dibujan en sus coches o “arañas”, vehículos tirados por equinos.
No todas las personas que tienen caballos o arañas son caballiteros, o tenidos por tales por la población. Ser caballitero es algo que va acompañado -en el imaginario popular- por una especie de estruendosa mitología de la insolencia y el coraje. Una mitología que se reconoce entre otras cosas por el gusto musical de estos pintorescos personajes, los que cuando están inspirados por el alcohol cantan –incansables- rancheras mexicanas, en las que el tema recurrente son las apuestas, los duelos a balazos y las peleas de gallos.
Para las gente el carácter de los caballiteros es expansivo, y una verdadera máquina de fabricar problemas, ya que andan sobre sus arañas casi siempre ingiriendo alcohol, poniendo en peligro la vida de los transeúntes, los que opinan que: “un almendrón o una guagua son predecibles, pero nadie sabe en qué momento va a doblar una esquina una araña, o si van a correr a todo galope, con el que la conduce casi de pie, dándole latigazos o palos a la pobre bestia”.
Lo que hace de los caballiteros un peligro rodante es que no se consideran sujetos a alguna ley de tránsito y tampoco urbana. Los ancianos sienten pánico cuando ven reunidos a algunos de estos conductores de arañas, pues han sido testigos de sucesos donde personas de la tercera edad han sido atropelladas.
Algunos de los lemas dibujados en el espaldar de estos vehículos son un abierto desafío a todo y a todos. Se caracterizan por el machismo más desenfrenado. Entre los más comunes se pueden leer: “Las mujeres son como las espadas, sólo brillan cuando están desnudas” o como este otro que parece adentrarse en los terrenos de la teología “Si las mujeres fueran buenas, Dios estaría casado”. Algunos son verdaderas joyas del egoísmo: “Mis amigos son los muertos, yo no tengo amigos”. Hay frases más violentas aun: “Yo soy la ley y la llevo en la punta de mi cuchillo”.
Uno de los sitios donde a menudo se producen verdaderos torneos de carreras de arañas es en El Rincón pueblo perteneciente al municipio Boyeros, en la capital. Corren por la calle de las Cuatro Esquinas ignorando todas las leyes del tránsito. La policía prefiere no aparecer por allí. Entonces por un tiempo impredecible se convierten en los dueños de ese pedazo de paisaje urbano. El ambiente se llena de sus rancheras y de sus frases inspiradas por el alcohol.
Contrario a lo que pudiera pensarse, la mayoría de estos conductores de arañas no provienen de escenarios rurales sino de pueblos cercanos y hasta de municipios de la Habana.
El día 17 de diciembre, día de la peregrinación de San Lázaro, fue para ellos decepcionante pues las medidas de seguridad tomadas por las autoridades impidieron que pudieran ir al lugar con la masividad que acostumbran, pero de dicha frustración tomaron desquite el sábado 17 de enero, cuando acudieron, convirtiendo el pequeño pueblo en una especie de localidad ocupada por estas personas y sus caballos, podría decirse sin exageración que había más de ellos que habitantes del pueblo. El desorden que provocan estas anomalías parece no tener límites y convierte en letra muerta la propaganda sobre la necesidad de fomentar hábitos de adecuada conducta social.
Muchos lugareños consideran que El Rincón es una comarca sin ley, donde sólo se toman medidas contra los que venden caramelos o dulces para subsistir. Las autoridades les hacen la vida imposible a los que luchan por ganarse la vida, pero a los que si no te apartas a tiempo te pasan por arriba con sus caballos, no les dicen nada.
La Habana, 1ro. febrero 2015.