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NO a la Pena de Muerte

Ante la propuesta de una nueva Constitución para Cuba considero de suma importancia real y simbólica consagrar en el venidero texto constitucional la definitiva y absoluta abolición de la pena de muerte en nuestro País. Sería la entrada de la Isla del Caribe en la ya mayoritaria y civilizada comunidad de las naciones que han erradicado este flagelo heredado de los tiempos de la barbarie, el “ojo por ojo” y la falta de confianza en que la educación y la corrección proporcionada pueden alcanzar penar el delito, rehabilitar al penado y facilitar su reinserción social por muy grave que sea el crimen cometido.

Abolir la pena de muerte en todos los casos y circunstancias es señal de que ese país ha alcanzado ciertos grados de desarrollo humano y de convivencia cívica, como son, entre otros:

  1. El reconocimiento ético y jurídico de la primacía de la dignidad de la persona humana por encima de cualquier otra institución y circunstancia.
  2. El carácter sagrado de toda vida y, de manera suprema e inalienable, la sacralidad de la vida humana, sobre la cual nadie puede ni debe disponer, lesionar de ninguna forma y bajo ningún contexto.
  3. La unidad, estabilidad y formación de la familia, como primer santuario de vida, de amor y de educación pro vida.
  4. La asunción de un proyecto educativo, de acceso universal y calidad probada que se estructure como complemento de la educación familiar y que tenga como objetivo principal el desarrollo humano integral, la defensa de la vida, la siembra sistemática de valores y el cultivo orgánico de virtudes y talentos.
  5. Un  modelo económico humano, eficiente y solidario que cree y distribuya la riqueza y las oportunidades con justicia, equidad y subsidiaridad para que la pobreza, la marginalidad y el descarte de seres humanos por cualquier razón no lesione la vida, ni sea fuente de criminalidad.
  6. Un  modelo de convivencia social, que fomente la amistad cívica, es decir, la fraternidad, ese tercer valor de la modernidad que ha sido tan olvidado o preterido por la pretendida igualdad que se ha prostituido en un igualitarismo descendente y por la pretendida libertad que también se ha prostituido en el libertinaje y el relativismo moral. La criminalidad crece cuando decrece la convivencia fraterna y con ella la calidad de vida.
  7. Un modelo político basado en un Estado de Derecho en el que se respete y promueva de tal forma la dignidad y la primacía de toda persona humana a cuyo servicio y desarrollo se creen, y pongan a su servicio, instituciones transparentes, incluyentes, democráticas, diligentes y humanizada, hábitat de participación y búsqueda del bien común. La criminalidad crece cuando se impone un sistema político excluyente, injusto, violatorio de cualquier derecho humano, populista y autoritario. Ninguna circunstancia política o bélica puede violar el carácter sagrado de todo ser humano y el modelo político debe crear un marco jurídico que salvaguarde y de plenitud y calidad a la vida.

El número 7 es muy simbólico en la Biblia y otros libros sagrados. Estos pudieran ser los siete pilares paradigmáticos para una sociedad que se libere definitiva y absolutamente del inhumano castigo de la pena de muerte. No es posible lograrlos plenamente en esa dialéctica del “ya pero todavía no” de la edificación de una civilización del Amor, pero las naciones y las personas que las asumen como desafíos y compromisos deberíamos ser, desde ahora mismo, defensores de la erradicación de la cultura de la muerte en cualquiera de sus formas, desde la concepción hasta la muerte natural y promotores de la cultura de la vida.

Citas de celebridades políticas abundan, el magisterio de la jerarquía religiosa es contundente, los estudios académicos más serios lo certifican y la mentalidad contemporánea lo exige crecientemente, pero ni es el lugar, ni valdría ningún “magister dixit”, si no trabajamos primero y personalmente, para educarnos, es decir, concienciarnos, “e-ducere”, “sacar fuera” esa convicción del valor de la vida y comprometernos a acompañar a otros, y a nuestra sociedad, para que pueda dar, coherentemente, este paso en su crecimiento ético y cívico.

Espero, deseo y ruego a Dios, único Señor de la Vida y de la Historia, que en la nueva Carta Magna de Cuba podamos consagrar para siempre la sacralidad y primacía de la vida humana y, por tanto, la abolición de la pena de muerte para siempre y en todos los casos.

Cuba y todas las naciones del mundo deben acceder a tal alto grado de dignificación y desarrollo.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

[Tomado de CentroConvivencia.org]

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